Si creías que lo mejor es tomar decisiones racionalmente para no equivocarnos, considera que en realidad todos tomamos decisiones emocionales para sobrevivir.
Los seres humanos tomamos alrededor de 35 mil decisiones diarias. Claro decisiones que en más de las veces ni las advertimos, como salir de la cama o retrasar el despertador 10 minutos más; desayunar fruta o unas galletas, etc. Tomar decisiones, puede llegar a ser extenuante, por lo que el cerebro tiene una vía rápida que lo hace por nosotros y es el camino de las emociones.
Desde que René Descates dijo “pienso, luego existo”, asumimos que el ser humano era un ente racional que debía regir su vida a través del razonamiento. Pero vino Freud y nos dejó claro que existen motivaciones inconscientes que nos impulsan a actuar.
Ciertamente, la mayor parte de las veces tomamos decisiones o evitamos hacerlo a partir de nuestras emociones. Y es normal y hasta correcto puesto que los sistemas emocionales nos brindan valioso conocimiento, implícito o explícito, para tomar decisiones rápidas y ventajosas.
Decisiones cerebrales pero no racionales
Ello tiene que ver con el cerebro límbico, que es la estructura neuronal donde se ubican las emociones, la memoria y la toma de decisiones. Las experiencias previas, almacenadas en la memoria, nos ayudan a tomar decisiones cotidianas que nos posicionen en condiciones de bienestar.
El proceso neuronal del circuito de las decisiones, que depende de neuroquímicos específicos está vinculado a nuestro poder de supervivencia y ello nos lleva a las decisiones más adecuadas para nosotros. No obstante, los estudios al respecto recién inician.
Por supuesto en ello interviene en situaciones que nos enfrentan a la incertidumbre, condiciones riesgosas o ambiguas. Las emociones, también llamadas aquí intuiciones, ayudan al pensamiento lógico a la toma esta clase decisiones y, sin ellas, podríamos ser erráticos al conducir nuestras resoluciones.
Sincronía entre Emociones y Razones
Los expertos señalan que nuestras mejores decisiones se toman sintonizando la lógica con la emoción, la intuición con la experiencia.
Durante la toma de decisiones, se vinculan la corteza prefrontal —región cerebral en la cual se dan las funciones ejecutivas complejas, basadas en el análisis y la reflexión—, con las áreas más profundas del cerebro relacionadas con las emociones.
El mundo de las emociones y sentimientos siempre está en estrecha relación con cada decisión que tomamos, aun si lo hacemos, aparentemente, de forma racional.
Tenemos claro entonces que tomar decisiones es un ejercicio de ambas esferas y está bien, que lo que resolvemos a cada momento tiene una carga emocional que debemos dejar de negar. Así también, debemos dejar de separar ambos universos, lo sentimental y lo lógico, como si fuesen enemigos.
Cuando asumimos esta dualidad y la integramos en nuestras decisiones, podremos resolver asuntos de una forma más certera y con la consciencia de una gestión apropiada de las emociones.
Gestión emocional
Por supuesto, también debemos considerar que existen momentos en que tomamos decisiones de largo alcance a partir de estados de ánimo adversos. Son esos momentos en los que no existe una autorregulación, sino más bien nos hallamos frente un problema emocional no resuelto, una necesidad, una carencia no atendida que nos abocan a tomar elecciones erróneas.
Es entonces cuando las emociones mal gestionadas pueden hacernos perder el camino y errar en las resoluciones tomadas.
La ansiedad, el estrés, el enojo, etc., dificulta nuestra capacidad de decisión. No solo tomamos decisiones de las que después nos podemos arrepentir, sino que, además, nos cuesta más pensar, valorar, reflexionar…
Claro que ello tiene que ver con nuestra impericia en la gestión emocional. Las decisiones arrebatadas pueden ser una reacción frente a un dolor, un deseo de venganza o un castigo (a nosotros mismos o a otros), por ejemplo.
Por ello, no es cuestión de evitar tomar decisiones emocionales porque pudieran ser erróneas, sino que debemos gestionar adecuadamente las emociones para comprender nuestra postura decisoria y saber si es acertada o meramente impulsiva.
¿Debo dejar de ser tan emocional al decidir?
Seguramente un tema que muchas veces nos hemos cuestionado. La respuesta práctica es No.
No deberíamos considerar las emociones como un obstáculo para tomar decisiones que nos favorezcan. Lo que debemos hacer es trabajar con las emociones y ponernos en paz con aquellas que podrían detonar reacciones adversas, reconocer lo que sentimos y asumirlo como parte de nuestra vida sin negarlo.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA