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Julia solía ser una mujer muy trabajadora, todo aquello que se proponía lo conseguía sin aparentes miramientos. Era perfeccionista y todo le salía bien a la primera de cambio, al menos eso parecía.

Sus compañeras de trabajo y sus amigas la admiraban, pero para ella ninguno de sus esfuerzos le eran suficientes. Sentía que, aun habiendo pasado horas preparando una conferencia o un proyecto, había tenido suerte; que el éxito no era suyo porque “no le costó trabajo”.

“Qué grandiosa ha sido tu conferencia”. Decían su amiga. Y ella respondía que no era para tanto, que apenas había tenido tiempo para prepararla. Aunque Julia mentía, porque en realidad llevaba días trabajando en ello. 

A pesar de sus esfuerzos, Julia temía que la gente se diera cuenta que en realidad era un fraude, que no eran tan grandiosa, que no estaba suficientemente preparada. Pero en realidad había pasado la noche en vela para preparar la conferencia y el material de la presentación, cubriendo hasta los más pequeños detalles. Su éxito sí era propio aunque ella no pudiera asumirlo como suyo. 

Esta sensación de Julia pueden ser producto de lo que se conoce como Síndrome de la impostora.  

¿Qué es el síndrome de la impostora? 

En 1978 Pauline Clance y Suzanne Imes publicaron un reporte sobre el “fenómeno o síndrome de la impostora”. La investigación presentada consistía en una serie de análisis a mujeres con logros notables que eran incapaces de internalizar sus triunfos.  

Estas mujeres desconfiaban de sí mismas, consideraban que lo suyo había sido una cuestión de suerte y no un mérito propio; por lo tanto, al ser reconocidas por otros se creían un “engaño” y que el fraude de sí mismas se descubriría tarde o temprano.  

En síntesis, las autoras de este estudio (Clance & Imes) señalan: “A pesar de contar con logros académicos y profesionales extraordinarios, las mujeres que sufren el síndrome de la impostora están convencidas de que en realidad no son inteligentes y de que han engañado a quienes creen que sí lo son. (…) (Creen que) su éxito ha sido… cuestión de suerte y que (…) salvo que realicen un trabajo hercúleo (…) no podrán mantener el engaño”. 

Este éxito no es mío, fue suerte 

Las mujeres que experimentan este síndrome no quieren “correr el riesgo” de ser descubiertos. Por lo tanto, no quieren hacer visible su talento porque, al no internalizar sus logros, desconfían de sus propias capacidades. 

Y hablamos de mujeres porque, aunque también lo sufren los hombres, la mayoría de las personas que sufren el síndrome de la impostora son ellas.  

Tener el síndrome de la impostora es ser incapaz de asumir los éxitos personales. Siempre se encuentra en otra cosa al responsable de ese éxito menos en uno mismo: es la suerte, la actividad realizada era muy fácil, que el público no se dio cuenta de un posible error, etc.  

Esto genera un círculo vicioso: al sentirse incapaz, al pensar que la persona no vale, etc., quien padece el síndrome se vuelve perfeccionista y, por el contrario, se esfuerza más para que no descubran su imperfección o su “fraude”. El esfuerzo mejora los resultados deseados y hace que reciba más halagos, la preocupación de ser descubierta aumenta… así sucesivamente.  

¿Qué hay detrás del síndrome de la impostora? 

Según los expertos que han estudiado diversos casos señalan que el síndrome se puede deber a:  

  • La necesidad de encajar: una mujer puede pensar que no le conviene socialmente “destacar” por su talento y que le resulta más rentable negarlo. 
  • El perfeccionismo: llevadas por un ansia de excelencia, negamos el talento actual a expensas de un talento imposible. 

Consecuencias del síndrome de la impostora 

Cuando la mujer siente que no es merecedora de reconocimiento por su trabajo tiende a hacerse invisible y se retira de cualquier contexto que le pueda parecer competitivo. Eso le priva de la posibilidad de cumplir sus planes, de tener incluso mejor remuneración económica, y hasta se coloca en una posición de desventaja frente al hombre.   

Quien sufre del síndrome está convencida de que es una “impostora” y que en cualquier momento los otros se darán cuenta; por ello se esfuerza todavía más para demostrarse a sí misma que es buena en lo que hace y para alejar el fantasma del fracaso.  

¿Qué hacer si tengo síndrome de la impostora? 

Vivir el síndrome de la impostora priva de vivencias positivas y de un desarrollo pleno al individuo; por ello es hacerlo consciente y erradicarlo. Para ello:  

  • Compara tu autoevaluación y lo que piensas de ti, con lo que otros dicen y opinan sobre ti y tu desempeño. Reconoce si tu opinión y la de otros coincide o no, y empieza a aceptar que realmente eres tan buena como los demás dicen.  
  • Acepta las felicitaciones y los elogios, basta un gracias. No niegues ni trates de minimizar tu esfuerzo tras la felicitación (como lo hace Julia). Piensa bien en el significado de las palabras de los otros y valóralas antes de negártelas.  
  • No minimices tus esfuerzos, date la oportunidad de competir. No pierdas por adelantado. 
  • Comparte tus temores. Háblalos con tus amigos o con un profesional. Al hablarlos, salen de tu cabeza y pierden fuelle. 

Sufrir este síndrome no es considerado un trastorno mental ni un rasgo de personalidad, sino una respuesta a determinados estímulos externos. Generalmente es más propenso en las mujeres porque la sociedad las condiciona a sentir que no “merecen” el éxito o que para lograrlo deben esforzarse mucho.

Es una forma de manifestar la ansiedad que les produce el ser exitosas o su miedo a serlo. Esto, sin embargo, las limita a vivir más plenamente y las pone en desventaja frente aquellos que pueden disfrutar el éxito, por mediano que sea; y quienes no se exigen tanto.

Cuando alguien no es tan perfeccionista, por ejemplo, puede desempeñarse con menos ansiedad o estrés, lo que le hace más sencilla la tarea de aceptar elogios y reconocimientos de otros.

JORGE DOMINGUEZ | PSICOTERAPIA

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