Hoy te daré algunas razones por las que debes respetar la privacidad de tus hijos y establecer un vínculo de confianza con asertividad.
Lola tuvo una gran discusión con su hijo adolescente. Como madre, consideró que para asegurarse de que éste no “anduviera en malos pasos”, podía hurgar entre sus pertenencias y espiar sus mensajes telefónicos, en lugar de tender canales de comunicación plenos de confianza.
Andrés, su hijo, al darse de cuenta de ello se molestó mucho, pues sintió que Lola había violado su privacidad, algo a la que todos tenemos derecho… La madre se equivocó y ahora te diré por qué.
El derecho a la privacidad
Ciertamente, el respeto a la privacidad es un derecho humano reconocido por las organizaciones internacionales. Aunque, particularmente, se refiere a la no intromisión del Estado en la vida privada de los individuos, ello también hace referencia a todo lo que tiene que ver con nuestras pertenencias (correo, casa, teléfono, email…).
Ninguna autoridad puede intervenir nuestra comunicación y pertenencias de manera arbitraria y sin mediar la orden de un juez por motivos que no lo justifiquen. Pero la privacidad va más allá de un término jurídico.
¿Qué es la privacidad?
La privacidad se puede definir como todo lo relacionado con la vida personal de cada uno y que debe mantenerse de forma íntima y secreta. Un individuo tiene derecho a tener privacidad en su vida, es decir que la persona puede realizar acciones, que no necesariamente, tenga que compartir con los demás.
La privacidad es un espacio reservado para uno mismo, secreto e íntimo, que puede decidir o no compartir con alguien de su confianza.
¿Los niños tienen derecho a la privacidad?
Es muy complicado asumir que los niños, nuestros hijos, tienen derecho de guardarnos secretos y mantener pensamientos, ideas y acciones en lo privado. Especialmente porque suponemos que podrían guardar información que los sitúen frente a un riesgo o los vulnere.
Sin embargo, la privacidad es un derecho, que también en el caso de los niños, está protegido por distintos reglamentos a nivel internacional, y que los padres y Estados deben respetar y proteger. Los niños tienen derecho a que no se registren sus pertenencias, se expongan públicamente sus secretos tanto como a que no se les exhiba frente a los demás.
Asimismo, hoy más que en ningún otro momento de la historia, los niños y jóvenes conoce sus derechos y buscan hacerlos respetar. En 2016, por ejemplo, un niño canadiense, de 13 años de edad, denunció a sus padres por subir a Facebook fotografías que “arruinaban su reputación”.
La privacidad de tus hijos
En etapas muy tempranas, el vínculo de los niños con sus padres es tan estrecho que, prácticamente, pareciera que no requieren de privacidad. Finalmente, los padres nos encargamos de bañarlos, asearlos y cubrir todas sus necesidades sin que los límites sean un conflicto.
Los más pequeños, a diferencia de los adolescentes, gustan de compartir la mayoría de sus cosas, especialmente si la relación es sólida, afectuosa y de confianza.
Son los adolescentes, quienes se encuentran buscando su propia identidad, quienes suelen distanciarse de los padres y comenzar a mantener “sus cosas” en privado. Y este secretismo es natural, los adolescentes encuentran en lo privado una manera de definir su propia personalidad, versus la de los padres.
Los adolescentes necesitan separarse emocionalmente e individualizar, lo que significa que quieren sentir que tienen poder sobre su vida.
Este es el momento en el que los padres comenzamos a preocuparnos porque no sabemos qué están haciendo los hijos, creemos que éstos ocultan cosas inapropiadas o que su conducta es “sospechosa”. Bajo estas condiciones cometemos el error de pensar que los hijos no tienen derecho a tener o a guardar secretos.
Por qué debes respetar la privacidad de tus hijos
Respetar la privacidad de los hijos es respetar su desarrollo y sus procesos de madurez. Los adolescentes, especialmente, necesitan un espacio propio donde probar su identidad. Es por ello que los padres no debemos entrar a su habitación sin tocar la puerta, ni escuchar sus conversaciones o ver sus mensajes, correo electrónico o redes sociales, etc.
Todo ello es un asunto privado y violar esa privacidad debilita la relación entre padres e hijos, produciendo enfados y enfrentamientos, como ha sucedido con Lola y Andrés.
Claro que para algunos padres puede sorprender el tener que pedir “permiso” a sus hijos para entrar a la habitación o revisar su mochila, por ejemplo, particularmente si se sospecha que pudieran estar en riesgo. Pero el camino debe ser el de la comunicación y la confianza.
Un derecho que se conquista
Tener la puerta cerrada, recibir un teléfono celular como regalo, obtener algún permiso para salir o tener alguna pareja implican una responsabilidad por parte de los adolescentes, es ahí donde el derecho a la privacidad tiene que conquistarse.
Ellos deben ganarse el respeto a la privacidad siendo honestos, confiables y respetuosos. Lo que no significa que tú tengas derecho de espiarlos en el momento que sientas que no lo son. Los padres debemos ser guías de responsabilidad.
Nuestro papel es dar apoyo, manifestando nuestra disposición a escuchar sin juzgarlos, así como a prestar ayuda cuando lo requieran. De igual modo, los hijos deben saber que no pretendemos violar su privacidad, sino que nos preocupamos por su seguridad pues queremos que estén bien. La comunicación asertiva y la crianza positiva son nuestras herramientas fundamentales.
Por supuesto, los hijos también deben saber que violar la confianza que se le otorga tiene consecuencias, que siempre estaremos atento y supervisando su conducta y comportamiento y que su derecho se verá restringido. Por ejemplo, no podrá tener la puerta cerrada de su habitación o no tendrá acceso al internet para navegar en redes sociales.
Finalmente consideremos que la base de esta relación es la confianza y ésta se debe establecer desde la infancia. Hay que tomar en cuenta que la educación y los valores que damos a nuestros hijos servirán para afrontar esta etapa de una forma positiva, sin necesidad de ser invasivos con los más jóvenes.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA