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Pensemos las juventudes y el adultocentrismo como una forma de librar las brechas generacionales que nos distancias.

Apenas en los años 60 los jóvenes comenzaron a reclamar espacios propios con movimientos sociales de amplia presencia en el mundo. Sin embargo, aún ahora éstos siguen enfrentándose en muchas ocasiones al adultocentrismo, que mira sus necesidades e inexperiencia con un dejo de desprecio.  

«Perezosos, irresponsables, rebeldes» son algunos de los estereotipos que se han asociado a los jóvenes durante décadas. George Bernard Shaw decía que la juventud es una enfermedad que se cura con los años; una frase que hoy se repite mucho, pero que no toma en cuenta lo que realmente significa ser joven y las complicaciones que eso implica.  

Si deseamos cuidar el bienestar físico y emocional de los jóvenes, es momento de que hablemos de ello y dejemos de pensar que no saben más que los adultos. Así también hay que comenzar a considerarlos en su amplia diversidad y requerimientos, por ello hablemos de juventudes. 

¿Qué es la juventud? 

Una de las definiciones más comunes dice que la juventud es la etapa de la vida de las personas que se encuentra entre la infancia y la adultez, un momento de transición, rebeldía, caos, en el que se está conformando la identidad de las personas, así como su criterio, por lo que no hay mucha claridad en lo que se quiere ni como se quiere.  

Ciertamente, en la etapa adolescente y hasta los 21 años, más o menos, el cerebro de los jóvenes se está reconfigurando, “remodelando” las conexiones neuronales para llegar a su pleno desarrollo.  

Esta etapa se vuelve de suma importancia pues en el cerebro se produce mucha mielina, una proteína esencial que envuelve y protege los axones de las células nerviosas, cuya función es la de aumentar la velocidad de transmisión del impulso nervioso.   

Por otro lado, las vías de mielina se desarrollan más hacia las áreas cerebrales que desencadenan la asunción de riesgos, la emoción y la sexualidad que hacia las áreas de funciones como el razonamiento, el juicio y el control de los impulsos. Razón por la que los adolescentes se ven más atraídos por asumir riesgos, explorar emociones al máximo y tentados por la curiosidad sexual. Su juicio y sensatez están “distraídos”. 

Sin embargo, cuando pensamos en esta transición nos referimos a ella como si atravesaran por un limbo en el que no tienen ni voz. Es muy fácil caer en estas ideas y dejarlos de escuchar o tomar decisiones por ellos. Actitudes adultas como éstas incrementan el conflicto y el distanciamiento, situaciones que dejan huellas emocionales hacia el futuro.  

Todas esas ideas se relacionan con un estereotipo de ser joven, mismo que suele condicionar la relación que se establece entra las personas adultas y jóvenes.  

Pensemos de las juventudes 

José Manuel Valenzuela, en su libro El futuro ya fue, habla de una idea de juventud que supera lo biológico para convertirse en una “construcción socio cultural, históricamente definida” que no se puede pensar fuera de su contexto social y relacional.  

Es decir, pensar en los jóvenes tiene que estar ligado a su época, su lugar de origen/residencia, el entorno cultural, las tradiciones, los estudios, etc. No hay, entonces, una sola juventud. Incluso podemos decir que entre tu hijo y su mejor amigo podría haber temas que los diferencian como “jóvenes”.  

La apuesta por empezar a hablar de juventudes surge de la necesidad de reconocer esa diversidad de experiencias, identidades, realidades e incluso motivaciones vinculadas a la juventud. Hay tantas formas de vivir esta etapa como hay personas jóvenes.  

Asimismo, pensar bajo nuevos paradigmas, es considerar que las etapas de vida definidas por actividades precisas (momento de votar, casarse, tener hijos, tener un trabajo) siguen siendo estereotipadas y vulneran las preferencias de los jóvenes. Cada joven tiene sueños propios, experiencias diferentes a las de los demás y ello conlleva a que deseen tejer historias personales y no impuestas.  

Pensar en que todos los jóvenes son iguales y una sola entidad social es seguir imponiéndoles expectativas desde la visión adulta.  

Adultocentrismo 

La UNICEF aborda el “adultocentrismo” como una forma de desigualdad social, ya que consiste en mantener relaciones de poder que jerarquizan la experiencias y conocimientos de las personas a partir de su edad. Los adultos creemos que sabemos más que los jóvenes sólo por ser adultos, pero ¿cuántas veces hoy en día no hemos necesitado que los jóvenes nos ayuden a entender la tecnología? 

El adultocentrismo invisibiliza a los jóvenes y les niega su papel como agentes importantes de su comunidad.  

Igualmente pasa cuando pensamos que los “jóvenes son el futuro”, les negamos su presente y las posibles aportaciones que puedan darnos con su experiencia y sus ideas, cada vez más conscientes de su propio entorno. Es en el hoy donde debemos hacerlos partícipes de las decisiones domésticas y familiares, como también políticas, sociales y económicas.  

Los adultos que no seamos capaces de sensibilizarnos a la diversidad de jóvenes que conforman la sociedad y tomemos en serio su capacidad de involucrarse activamente, seguiremos abriendo brechas que impidan la colaboración y el entendimiento entre todos.  

Es un buen momento para reflexionar cuál es la relación que establecemos con los jóvenes, cómo los estamos tratando y si los estamos dejando que expresen su identidad de forma libre de estereotipos y otras exigencias que sólo los ponen en situación vulnerable ante la ansiedad y la depresión, por ejemplo.  

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