¿Mentiras o fantasía? ¿Qué contamos a los niños? Relatos y personajes fantástico son parte de la vida de todos los niños. Especialmente en fechas como Navidad o Día de Reyes, los cuentos y la imaginación son un común denominador de la temporada. No obstante, algunos consideran que debemos dejar de decir “mentiras” a los niños y, con ello, evitarles posibles frustraciones.
Desde esta perspectiva, Santa Claus, el Ratón de los Dientes o el Conejo de Pascua no existirían y todo el encanto que pudiera conllevar, particularmente en las sorpresas y regalos que los niños reciben, desaparecería junto con las falsas creencias o las frustraciones.
Pero la pregunta es ¿los niños deben o no crecer con este tipo de historias fantasiosas? ¿Es cierto que pueden llegar a frustrarse irreparablemente? ¿Son sólo mentiras que les contamos y que no tienen beneficio en su crecimiento? Aprovechando la temporada decembrina caracterizada, justamente, por estos personajes ficticios como Rodolfo El Reno, analicemos el tema.
¿Para qué sirve las historias de fantasía?
Desde la perspectiva de la pedagoga Cristina García, privar a los niños de este tipo de historias llenas de fantasía es negarles el desarrollo de su imaginación. De acuerdo con la especialista, “el pensamiento infantil es principalmente mágico y esta magia les ayuda a comprender el difícil mundo que les rodea”.
Además, no sólo les permite comprender la realidad a los niños, también le da recursos para lidiar con ella y enfrentar problemas bajo un esquema que, para ellos, no implica riesgo porque finalmente es imaginación; ello es parte de su desarrollo emocional y cognitivo.
Los personajes que son parte de las historias que les contamos incluso pueden ser una forma de apoyo emocional pues a través de, ponerse en los zapatos del protagonista, el niño puede exponer sus ideas y emociones, y se desenvuelve en su entorno, explora, manipula, observa y se involucra con el mundo adulto. Asimismo, le facilita el aprendizaje y le da esperanza hacia el futuro donde los problemas pueden resolverse.
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Si consideramos el proceso de desarrollo infantil, debemos tomar en cuenta que antes de los seis años los niños no son capaces de distinguir la fantasía de la realidad; y aunque ello puede ser incluso riesgoso, es precisamente el factor que les permite tener una gran imaginación. A la postre la imaginación es lo que nos hace tener nuevas ideas, crear nuevos productos o abocarnos a ciertas investigaciones científicas desde una nueva perspectiva.
¿Las historias imaginativas afectan la relación padre e hijo?
Se ha argumentado que el decirles “mentiras” o contarles estas historias imaginativas a los niños puede afectar la relación entre los padres y los hijos. Pero ello no es necesariamente así, lo que las afecta son otras cuestiones que no tienen que ver con la fantasía y la imaginación; es más la forma en que se ejerce la paternidad.
A la incapacidad de distinguir entre la realidad y la fantasía se suma la confianza que los niños tienen en lo que los adultos, especialmente si son los padres, abuelos o cuidadores. Por ello no ponen en duda que los Reyes Magos van de casa en casa repartiendo juguetes a los niños para complacerlos, si éstos se han portado bien todo el año.
Además, se cuenta con un entorno cultura que promueve estas historias, que no puede negárseles. Todos en la ciudad creemos en la magia de la Navidad, por ejemplo; y nos preparamos para la llegada de Santa, así que el entorno refuerza las historias y difícilmente el niño puede mantenerse ajeno.
Creer en los adultos y las historias que les contamos a los niños les permite, en primera instancia, contar con una red de seguridad afectiva al confiar en los otros; y, en segundo lugar, tener el entorno donde desarrollar su imaginación y creatividad.
Por supuesto, con el tiempo los niños se darán cuenta que tras personajes como los Reyes Magos o el Conejo de Pascua se encuentran los adultos; pero no por ello significa que les han mentido, ni mucho menos que esa confianza ha sido traicionada.
Se argumenta que, si los padres han mentido en esos temas, ¿en qué más podrían mentirles a los niños? Sin embargo, la fantasía está reforzada por rituales, ambientes y complicidades en busca del bienestar de los niños y no porque se les pretenda enajenar.
Con forme los niños crecen y maduran, más allá de los siete años, están listos para distinguir entre la fantasía y la realidad; con lo que también pueden tener claros que las historias que papá y mamá les han contado no son mentiras, sino juego de imaginación.
Descubrir con 7 o 9 años, que el Ratoncito Pérez no existe no es descubrir que los padres han mentido, sino que se ha estado creyendo en una fantasía que le ha hecho al niño tener ilusión y experimentar momentos muy especiales.
¿Contar historias de fantasía frustra a los niños?
Descubrir la realidad detrás de la historia llena de imaginación y magia sí puede llevar a una frustración en los niños, pero esta no será traumática. La decepción es inevitable, pero no es dañina; ésta le ayuda al niño a madurar y a ir comprendiendo las diversas facetas de la vida y otros recursos que antes no tenía.
Aunque los padres quisieran que los niños no experimentaran esta frustración, que finalmente es de pérdida de la inocencia y puede ser dolorosa, no podemos evitarles el dolor dejándolos fuera del mundo fantasioso. El acto de crecer es ya en sí mismo un proceso que nos enfrenta constantemente a la frustración, pero es algo que no debemos evitarle a los niños si deseamos que aprendan a enfrentarse a la vida eficientemente.
A final, los niños no deben creer en una mentira sino creer en la fantasía y ello es bueno para todos. Incluso a los adultos estos rituales mágicos, nos ayudan a creer en algo que va más allá de lo que vemos, nos ayudan a creen en el amor universal y a confiar, como cuando éramos pequeños, y sobre todo a no perder la ilusión.
Por supuesto, puede considerarse que creer en fantasías resta al pensamiento crítico, o se lleva a creer en mentiras. La clave es la forma en que los padres plantean la situación y develan la verdad, siempre considerando el momento de desarrollo de los niños y a partir también de un lazo de confianza e inteligencia emocional.