La manera en cómo manejo mis propios miedos es básico para alcanzar el bienestar emocional que deseamos, porque implica encontrar la calma y estabilidad que se requiere para una existencia plena.
¡Esa enorme y feroz bestia era como un monstruo gigante que salía de su cueva! Bueno, no era así; ni tan grande, ni tan fiera… pero se sentía como si lo fuera.
A veces las metáforas nos ayudan a expresar la magnitud de nuestros temores pues tener miedo suele ser visto de forma negativa y habría que ocultarlo ante la alternativa de que resultar “cobardes”.
No obstante el miedo, como el resto de las emociones, es un mecanismo de supervivencia; es una alerta de precaución ante una posible amenaza física y psicológica. De tal manera, sentir miedo no sólo es natural sino necesario. La forma habitual, e incluso instintiva, de afrontar el miedo es a través de evitar la situación peligrosa o la huida.
En el caso del miedo a que nos causen un daño psicológico, la evasión suele ser el mecanismo de resguardo que más utilizamos para evitar colocarnos en una posición dolorosa o de riesgo, lo que igualmente nos llevará a negar la emoción y, a la larga, nos imposibilitaría su adecuado manejo hasta generar neurosis o fobias paralizantes.
Miedo a la separación y Miedo a los desconocidos
En los bebés el miedo surge entre los 6 y 8 meses de edad, y es a dos condiciones específicas: frente a las personas desconocidas —sintiendo cierto grado de ansiedad— y la ausencia de las personas con las que se tienen lazos afectivos, como la madre o cuidadora. La forma en que el entorno responda al miedo de los niños será un factor determinante para que éstos aprendan a enfrentar su temor.
Una madre sobre protectora evitará a toda costa el sufrimiento del niño, evitando que se exponga al riesgo y con ello al miedo. El niño no aprenderá a enfrentarse solo al temor y se convertirá en un adulto dependiente.
Asimismo, aprendemos a manejar las emociones —como el miedo— de forma que nuestras acciones nos hagan sentir seguros, no importa lo que tengamos que hacer. Por ejemplo, si tememos al abandono de la madre y abrazar un oso de peluche nos hace sentir bien y seguros, quizá abrazar sea nuestro mecanismo contra el miedo al abandono y en la edad adulta lo proyectaremos de manera similar.
Pero no siempre será idónea la manera en que aprendamos a responder al miedo y habrá que evitar que las reacciones sean aún más conflictivas que la razón del temor: un caso sería presentar taquicardia extrema ante la posibilidad de conocer a nuevas personas.
¿Cómo afrontar el miedo?
Afrontar el miedo a un riesgo físico es casi una cuestión instintiva, frente a un ataque de un perro feroz, intentaremos correr hacia otro lado o trepar a un árbol para salvaguardar nuestra integridad; pero qué pasa cuando esos miedos tienen que ver con un posible daño psicológico, y además no existen porque sólo están en nuestra mente.
Más veces de las que quisiéramos, nuestros miedos nacen de amenazas que suponemos, que imaginamos, que no son reales y que posiblemente ni siquiera nos sucedan en el transcurso de nuestra vida.
Así que un primer paso para manejar el miedo es identificar si estamos ante una amenaza real o no existe tal amenaza y sólo está en nuestra imaginación o es una suposición.
Evaluemos estos dos escenarios:
Escenario 1: Mi pareja me ha dicho que no le ve futuro a nuestra relación así que tal vez debamos terminar. Ésta es una amenaza real de separación y del dolor que la separación puede provocarnos.
Escenario 2: En los últimos meses mi autoestima no está del todo bien, me siento inseguro y poco merecedor de amor así que veo en cualquier señal una amenaza de abandono por parte de mi pareja. Comienzo a sufrir el miedo de que me deje y empiezo a comportarme de forma insana.
En el primer caso la separación es posible y una amenaza real. Entonces se podrá trabajar sanamente la separación incluso a través de ayuda profesional; se trabajaría el duelo por la pérdida de la pareja, etc.
En el segundo caso, la amenaza es inexistente, el individuo que padece el miedo al abandono lo vive como una realidad pero su pareja no piensa abandonarlo. Para tratar este temor, primero deberá identificar que es un miedo infundado cuya raíz está en otro lado que no es en su pareja. El origen del miedo en este último caso está quizá en una autoestima disminuida, un posible historia de abandonos en la infancia, etc. Pero no en las intenciones de la pareja.
Hay que identificar si hay indicios de amenaza real o no. Qué signos son reales y cuáles son en los que se quiere creer. Una tarea que a veces no es fácil, que requiere de gran objetividad. Asimismo, se debe asumir que el hecho de que una vez haya sucedido aquello que nos causa temor, no siempre sucederá igual.
¿A qué le tengo miedo?
Otro factor importante es tener la claridad del tipo de miedo que padecemos. En el escenario 2, quizá el temor real es que “nadie nos quiera”, porque atravesamos un momento en que no nos sentimos merecedores de amor; o bien tememos a la soledad que puede abarcarnos si nuestra pareja se va. Pero no tenemos perder a nuestra pareja, sino a cómo nos sentiremos en su ausencia.
Dar nombre al verdadero temor es elemental: mi miedo es… al fracaso, al abandono, a lo desconocido, al futuro, al olvido, etc. Saber con precisión a qué tememos, ya es un paso para manejarlo adecuadamente.
¿Cuál es la razón de mi miedo?
Cuando se logra identificar qué clase de miedo se tiente, es más fácil continuar con el proceso a través de distinguir la razón del miedo. Estas podrían ser algunas razones:
- Mi experiencia en el pasado fue dolorosa, decepcionante, de inseguridad, etc. Ello me enseñó a reaccionar a ciertas circunstancias con temor.
- Me falta seguridad en mí mismo, misma; o no confío en los demás porque antes me han lastimado.
- Necesito ser aprobado, sentirme perteneciente o aceptado dentro de un grupo y temo que no suceda así.
- Tengo el hábito de ver las cosas negativas.
Cuestiona las razones de tu temor
Enfréntate al miedo cuestionando tus razones. Siguiendo nuestro ejemplo, se podrían hacer preguntas como ¿qué tan factible es que mi pareja me deje en este momento?, ¿cuáles serían las razones para que me deje?, ¿puedo hacer algo al respecto?, ¿qué haría si mi pareja me deja? ¿Si no fuera así cómo sería?
Cuestionar las razones de tu miedo no te quitará de inicio el temor, pero te ayudará a ver la problemática con una mejor perspectiva y claridad. E incluso con posibles soluciones.
Pregúntate: ¿Puedo hacer algo frente a este temor? ¿Qué puedo hacer? ¿Si fuera otra persona, qué me diría en este momento respecto a mis miedos? ¿Podría sentirme mejor si no tuviese este miedo?
Cuando ya eres consciente de tu temor y lo has analizado, no sentirás necesidad de evadirlo y por el contrario podrás afrontarlo con las herramientas que nacen de una nueva perspectiva. Pero si tu temor es tan grande y paralizante, consulta a un profesional que te guíe en el proceso para que dejes de vivir un dolor que no mereces.
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