La magia de la Navidad y, especialmente la fantasía implícita en ella no sólo es importante para el desarrollo de los niños, también para lo es para la vida emocional de los adultos.
Santa Claus, los trineos voladores, los duendes, la estrella de Belem, los Reyes Magos, el Ángel de la Guarda… aun cuando tuvieran un fundamento real o histórico, se basan en historias fantasiosas que, especialmente, contamos a los niños para entretenerlos, dormirlos, incluso educarlos en valores a manera de fábulas.
No obstante, las historias llenas de fantasía, que además se acompañan con el juego, especialmente las que requieren que el niño interprete a un personaje fantástico, permiten que el desarrollo de habilidades de ejecución sea más eficiente. En diversos estudios, se ha observado que los niños pequeños que juegan con historias fantásticas tienen más facilidad, por ejemplo, para recordar los números, entre otras aportaciones.
La palabra fantasía viene del griego phantasia, que significa: facultad mental para imaginarse cosas inexistentes y proceso mediante el cual se reproducen con imágenes los objetos del entorno.
RECTIFICAR LA REALIDAD
Ya Freud hablaba de cómo la fantasía para los niños —y el arte para los adultos— es una manera de paliar o resolver sus conflictos, angustias y frustraciones o deseos no concretados. La fantasía (y el arte) nos permiten rectificar una realidad no deseada o insatisfecha. Y aunque ello pareciera un mecanismo de evasión, por el contrario, la fantasía permite mejores formas de adaptación con la realidad, puesto que también nos ayuda a adquirir habilidades en resolución de problemas.
En la fantasía, como en el juego, el niño pone todo su empeño y afectos; por lo que se vuelve fundamental el que esté presente como una constancia en la infancia. Es decir, la fantasía ocupa gran parte del tiempo de los niños y es algo que le gusta, especialmente si se trata de interpretar como protagonista las historias que le cuentan. Por ello, el niño repite y repite una película de dibujos animados, y luego él mismo la interpreta; para él es un asunto serio que forma parte de su desarrollo emocional y cognitivo.
CREATIVIDAD
Asimismo, la fantasía fomenta la creatividad, útil en los niños tanto como en los adultos. La creatividad es la forma en la que generamos nuevas ideas y producimos nuevas cosas en el mundo, es la herramienta con la que nos planteamos solucionar problemas de la mejor manera. Desarrollar la creatividad desde la infancia nos ayuda a que los niños tengan una percepción del mundo más amplia, puedan conocer su entorno y que mejore —como ya lo decía antes— su memoria, aprehendiendo lo que observa, experimenta y manipula.
De tal forma puede hacerse de recursos para adaptarse a la vida real y enfrentar a los obstáculos que se le presenten. Imaginar soluciones posibles.
APOYO EMOCIONAL
“B. Bettelheim, a través de su investigación psicoanalítica de los cuentos de hadas, encontró en ellos un valor estético y terapéutico el cual era capaz de ayudar a los niños a solucionar sus angustias y conflictos emocionales”.
La imaginación que implica el jugar ayuda a los niños a soportar una realidad conflictiva emocionalmente hablando; le ayuda a asumir las contradicciones sociales y las cargas que ello le imponen. Y como esta carga social está plagada de exigencias adultas, la ocupación favorita y más intensa del niño es el juego y la fantasía (películas, cuentos, historias que le cuentan los abuelos, etc.), pues a través de ello el niño puede exponer sus ideas y emociones, y se desenvuelve en su entorno, explora, manipula, observa y se involucra con el mundo adulto.
FACILITADOR DEL APRENDIZAJE
Cuando el juego y la fantasía le permiten penetrar en el mundo adulto a su propia manera, el niño podrá ser capaz de asumirlo como parte de sí. A través del juego se establecen las bases de un buen desarrollo a nivel cognitivo, psicomotor, social y afectivo para luego así tener un buen proceso enseñanza-aprendizaje. A través de la actividad lúdica el niño es capaz de desarrollar sus facultades sociales e imaginativas.
La fantasía hace que el niño invente y modifique su entorno; a través de ello puede modificar esa realidad donde colocará lo aprendido, reproduciendo las ideas y comportamientos heredados, imitando su realidad y así reiterar su modelo de adaptación con el mundo de los mayores.
El niño, a diferencia del adulto, verá en su realidad un mundo lleno de magia y ficción con multitudes de opciones para crear e imaginar.
LA ESPERANZA
Para los niños, pero también para los adultos, la fantasía permite creer en las cosas buenas de la vida; plantea que puede tenerse fe en el futuro: como pedir un deseo a la primera estrella de la noche. Y eso da esperanza, da ilusión y nos hace sentir con mayor fuerza y voluntad para afrontar lo que venga; y ello no sólo a los niños…
Cuando el niño se hace adulto y deja de jugar cambia su relación con la realidad, su disposición anímica cambia al ver que sus ocupaciones “serias” le agobian demasiado y por ello tenderá nuevamente a fantasear, a encontrar un lado lúdico de su vida: produce ensoñaciones para tolerar la intensidad de los requerimientos que le impone la realidad. Los adultos, a través del arte, el deporte, y las aventuras, refrescan el área lúdica de su vida.
Pero es también por ello que a nosotros los adultos nos gusta la Navidad, y vestimos la casa con imágenes fantásticas como ángeles, renos que cantan, luces como estrellas, hadas y demás imaginerías, pues es la época de jugar, a la par, niños y adultos sin que nadie nos juzgue por creer en la fantasía.
No obstante, cuando niños o adultos son incapaces de disfrutar del juego y su respectiva fantasía, sufren de abulia y no disfrutan con nada las cosas buenas de la vida, pueden estar pasando por depresión, momento en el que es importante considerar la consulta con un profesional de la salud mental y emocional. JORGE DOMÍNGUEZ>>