Desde hace poco más de dos de décadas, los especialistas han insistido en la apremiante necesidad de reivindicar el universo de las emociones como materia de enseñanza indispensable para el desarrollo del individuo, tal como se haría con las matemáticas, la química o incluso el deporte. Un ámbito que en algún momento de la historia, especialmente en la cultura occidental, vio perder su importancia por no ser un objeto susceptible a la experimentación bajo el método científico (al menos en apariencia).
Las emociones, entonces, fueron las grandes desdeñadas por los sistemas educativos, tanto en las escuelas, como el hogar y otras instituciones sociales (llámese iglesias o grupos comunitarios). Sin embargo, esta omisión nos ha llevado a experimentar generaciones que se van desensibilizando ante sus propias emociones, o que viven en conflicto constante por sentir, pero no entender por qué o para qué sentir.
Es por ello que desde finales del siglo XX y principios de este siglo algunas corrientes de la psicología se han enfocado al estudio y desarrollo de modelos para que la persona sea capaz de tener conocimiento y dominio de sus emociones de forma óptima, y así no causar evitar problemas en su entorno o en su persona cuando de lo afectivo se trata.
Con ello surgieron temas como la inteligencia emocional, cuyo autor más destacado es David Goleman; y hoy es cada vez más frecuente escuchar hablar de la educación emocional, la que Rafael Bisquerra (experto en la materia) define como: “Un proceso educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo emocional como complemento indispensable del desarrollo cognitivo, constituyendo ambos los elementos esenciales del desarrollo de la personalidad integral”. Es decir, lograr el desarrollo emocional del individuo de una forma congruente con sus capacidades físicas e intelectuales; así aumentar el bienestar personal y social de las personas.
Lo ideal para los apologistas de la educación emocional sería integrar los programas de desarrollo de competencias emocionales al sistema educativo, a la par que los programas de ciencias y humanidades que se dan ya en las escuelas, e incluso los programas de educación física. Además, integrar estos modelos de desarrollo de habilidades y competencias emocionales en las demás áreas de interacción del individuo (la familia, los grupos sociales, el gobierno).
Sin embargo aún queda mucho por trabajar en esas áreas y los individuos todavía tenemos que recurrir a otras herramientas para aprender a identificar nuestras emociones y la forma ideal de manejarlas, con el fin de lograr la calidad de vida que merecemos para lograr también salud emocional.
¿Qué áreas de aprendizaje abarca la educación emocional?
- Conocimiento de sí mismo, para ser capaces de reconocer un sentimiento cuando aparece, y aquellos factores que lo detonan, para luego poder manejarlo adecuadamente.
- Autorregulación emocional: Al tener la conciencia de nuestras emociones tenemos que aprender a controlarlas.
- Empatía: con el fin de identificar y experimentar el estado de ánimo de otra persona y reaccionar de forma positiva al respecto.
- Motivación: desarrollo de optimismo y fortalece frente a la dificultad con el fin de conseguir metas importantes para el individuo.
- Habilidades sociales: nos permite aprender una serie de conductas –asumidas de manera natural- para convivir con otras personas y ser “socialmente aceptados” para satisfacer nuestra necesidad de pertenencia.
No habiendo aún un sistema estandarizado para la educación emocional de la población en general, ésta puede ser guiada y acompañada por personas de referencia para el individuo, y especialmente la psicoterapia puede ser una excelente manera de adquirir herramientas para mejorar el bienestar a través del adecuado manejo de las emociones.