La Distimia de Martha puede ser el ejemplo de cómo esta afectación mental y emocional puede estar latente en nuestras vidas y lo importante que es detectarla oportunamente. Para ello te invito a conocer la historia de Martha.
Hacía ya unos meses que a Martha le costaba levantarse de la cama para ir a trabajar. Lenta, abúlica se trasladaba a la oficina sin entusiasmo y sus tareas las hacía de forma mecánica; ni siquiera el día de paga le provocaba entusiasmo. La mayoría de las mañanas las vivía a través de una rutina sin sentido, sin motivación, ya no disfrutaba tanto de esos minutos mientras tomaba su café y veía sus flores crecer; a veces ni tiempo le quedaba porque le era cada vez más difícil despertarse temprano.
En el trabajo casi era la misma con los demás, salvo la monotonía de las tareas diarias que ahora no cumplía con tanta presteza, su relación con los demás era amable —como siempre—; sus compañeros sabían que podían contar con ella y confiarle sus problemas. Martha los escuchaba, les daba algún consejo rápido y los trataba como a sus hijos, pues casi todos eran más jóvenes que ella.
Aunque sus compañeros de trabajo habían notado que cada vez era más difícil hacer que Martha les acompañara a jugar bolos después de la jornada laboral. Cada semana ella tenía un nuevo pretexto para evadir el juego. Y es que Martha cada tarde se sentía fatigada, sin energía para nada más que volver a casa y meterse entre las cobijas.
Ya entre las cobijas veía televisión por horas, como si no quisiera pensar en nada más, mientras veía sus series favoritas por horas, comía toda clase de galletas y chocolates, helados y botanas. Tanto era lo que comía a últimas fechas que la ropa comenzaba a apretarle. Y, claro, después de tanto comer, le venía un sentimiento de culpa que la molestaba y hasta el sueño le quitaba.
“Soy una gorda sin remedio, parezco una ballena” —se decía a sí misma— “Mañana iniciaré la dieta”. Pero, por supuesto, al otro día la rutina se repetía, la falta de motivación, la abulia, el letargo le hacían volver a comer compulsivamente invadida de una angustia que no parecía tener razón de ser.
Un día, mientras cepillaba sus dientes, se soltó a llorar sin más, sin aparente motivo; se sentía triste de la nada. Luego de calmar su llanto se llamó “ridícula”, se regañó a sí misma por “hormonal”, “llorona”, y se trató con tal dureza señalando de pronto todos sus defectos.
Aun con este sentimiento entre tristeza, aparentemente sin motivo, y la irritación —porque odiaba tanto llorar pues se sentía débil y tonta— se fue a trabajar, con pasos lentos y mirando al piso, olvidándose de disfrutar el paisaje que en otros tiempos tanto le gustaba.
Ya no se miraba en el reflejo de los cristales, como antes lo hacía para asegurarse de tener una buena imagen; ahora odiaba su figura “obesa” —decía ella—, porque había subido algunos kilos y la ropa ya no le quedaba bien. Si por casualidad se veía en el espejo, se sentía irritada, con culpa y la autoestima en el suelo.
Aunque también Martha tenía buenos días, como aquel que fue a la fiesta de su prima y conoció a un hombre muy amable con el que bailó largo rato, la mayoría de las veces prefería estar en casa, en pijama, o dormida aunque fuera demasiado temprano. Su optimismo le duraba muy poco, y más bien pasaba gran parte del tiempo pesimista.
Con más kilos que antes, menos energía y ganas de salir a trabajar, pasaron 18 meses, hasta su prima Laura, la de la fiesta, le preguntó sobre su estado de ánimo, sus cambios evidentes en el vestir, en su actividad social, y en general en que Martha no era la misma que antes.
Martha no sabía exactamente lo que le pasaba, así que Laura le recomendó ir con el médico y fue éste el que, luego de hacerle una serie de preguntas y examinarla, detectó que padecía Distimia, una especie de depresión leve, pero crónica que llega a durar hasta dos años, o más si no es detectada oportunamente.
El médico familiar derivó a Martha con un especialista de la salud mental quien le dijo que sufría de Trastorno depresivo persistente también conocido como Distimia, una forma de depresión continua y a largo plazo (crónica).
SÍNTOMAS DE LA DISTIMIA
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Pérdida de interés en las actividades diarias
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Sentirse triste o deprimido, o con sensación de vacío
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Desesperación
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Falta de energía
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Fatiga
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Baja autoestima
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Dificultad para concentrarse
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Dificultad para tomar decisiones
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Autocrítica
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Rabia excesiva
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Disminución de la productividad
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Evitar actividades sociales
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Sentimientos de culpa
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Falta de apetito
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Comer en exceso
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Problemas del sueño
Los síntomas de la distimia típicamente aparecen y desaparecen en un período de años, y su intensidad puede variar con el tiempo. Considera también que, a diferencia de una depresión profunda, la distimia afecta tu calidad de vida y modifica tu cotidianidad, pero no llega a ser incapacitante.
Como Martha podrás seguir yendo a trabajar y a veces querrás salir de fiesta, aunque por lo prolongado de los síntomas, tal vez creas que esta sensación melancólica y tristeza persistente serán ya parte de la vida. Es por ello que resulta importante pedir ayuda a un profesional de la salud mental si notas cualesquiera de estos signos. JORGE DOMÍNGUEZ>>