No sigue la conversación, parece no estar escuchando o responde sin atención; no se interesa por cómo ha ido tu día o por aquellas cosas que te preocupan o te gustan. Cuando intentas discutir no da ninguna réplica y si le preguntas su opinión parece que todo le da igual: es indiferente.
La indiferencia es un estado del ánimo de quien no siente ni atracción ni rechazo por asuntos o situaciones, incluso personas, en la vida cotidiana. Desde un punto de vista de la psicología no sólo es sinónimo de frialdad o distanciamiento emocional, también se trata de una actitud de supervivencia —a manera de coraza— para protegerse de posibles heridas.
La indiferencia está asociada a la insensibilidad, el desapego o la frialdad.
Un método de protección
Somos indiferentes para que las conductas que puedan herirnos no sean significativas para nosotros y, por tanto, no nos duelan. Diversos estudios al respecto han considerado que la indiferencia es utilizada como una medida de autodefensa, como una barrera al medio que nos rodea y el cual podría dañarnos. Detrás de ello se encuentra un importante miedo al dolor, evitar decepciones e incluso no mostrarse vulnerable a los demás.
Pero la indiferencia tiene otro rostro. No sólo es una forma de protección emocional, también puede ser una manera de agresión pasiva.
La indiferencia como un castigo
Algunas personas utilizan la indiferencia como una forma de castigo hacia otras personas; ya sea porque se sienten decepcionados o lastimados por éstas o porque intentan enviarles un mensaje de desamor.
En realidad, esta conducta es evidencia de una falta de inteligencia emocional y de habilidades asertivas para comunicar emociones y disgustos hacia los demás. Se pretende enviar un mensaje con una actitud indiferente, sin que necesariamente el otro reciba el mensaje, porque no puede ni debe “adivinar” lo que el indiferente siente o quiere expresar con su actitud.
Mientras que una persona asertiva pone en práctica la comunicación para el entendimiento mutuo tras un conflicto, la indiferencia se vuelve una barrera que niega la posibilidad de diálogo. Pero quien utiliza la indiferencia para intentar “solucionar” un problema, hace lo contrario agravando la situación, además de lastimar al otro.
El daño de la indiferencia
La indiferencia puede ser una señal de desamor. Ala persona con la que se es indiferente se le hace sentir invisible, se daña su autoestima pues la indiferencia es una manera de infravalorar al otro.
Cuando alguien no tiene reacción alguna frente al diálogo o necesidades del otro, las personas se sienten nulificadas, reciben un mensaje de desinterés, al mismo tiempo que se rompen los canales de comunicación.
La indiferencia nos obliga a buscar continuamente respuestas y ese proceso puede ser muy agotador, mucho más que lidiar con alguien permanentemente enfadado o deprimido.
El vacío que provoca la indiferencia genera una profunda sensación de soledad, sobre todo si esta proviene de figuras que deberían profesarnos cariño, como pueden ser los padres, los hijos o la pareja.
A fin de cuentas, la indiferencia duele porque es una forma de agresión ya que es insensible al afecto y necesidades del otro.
Lo contrario a la indiferencia es…
Si alguien se siente lastimado y no sabe cómo gestionar sus emociones, es posible que tienda a la indiferencia —a veces de forma temporal—. Esto puede evitarse desarrollando la inteligencia emocional, para aprender a manejar lo que siente.
Adquirir habilidades de asertividad para poder expresar emociones.
Y también requerirá honestidad, incluso si su deseo es expresar que ya no siente ningún afecto por la otra persona o preferiría terminar con la relación, lo ideal es que se hable con franqueza y no se dé a entender lo que se siente a través de la indiferencia.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA