¿Estás aplazando tu felicidad? 7 Claves para evitarlo
Roberto ha pasado gran parte de su vida trabajando con el fin de ahorrar para un mejor auto, una casa para la familia, las vacaciones, una buena vida en la vejez; también le preocupa la universidad de sus hijos, que recién ingresaron al jardín de niños, pero a los que no ve porque pasa gran parte de su tiempo en la oficina cumpliendo con las expectativas de la empresa.
Además, los fines de semana estudia una especialidad pues espera que sus jefes lo tomen en cuenta para un ascenso y un mejor sueldo vendrá con ello. Asimismo, se esfuerza por ser el mejor, porque teme perder el empleo antes de lograr todos sus objetivos; pero cuando todo esto pase —cree Roberto— todo estará mejor y podrá cumplir sus anhelos.
No obstante, con las tantas actividades que le mantienen ocupado, Roberto hoy no se siente feliz ni del todo satisfecho, parece como si siempre le faltara algo por alcanzar. Se ha esforzado tanto por un posible futuro que ahora sufre lo que conocemos como síndrome de la felicidad aplazada.
Aplazar la felicidad es consecuencia de una mala gestión del tiempo derivada de una falsa sensación de seguridad hacia el futuro, en tanto se sacrifica el presente. Los planes deseados son postergados una y otra vez por distintas obligaciones que se suceden constantemente en el ahora. Se priva de una felicidad presente trabajando porque se piensa que en el futuro todo cambiará.
De igual manera, quien padece síndrome de la felicidad aplazada puede temer el afrontar riesgos o hacer cambios porque supone que perderá la seguridad lograda. Se aplaza la ilusión como si siempre pudiese haber un momento mejor más adelante y ahí es donde se podrán cumplir los deseos.
Al imaginar un futuro “perfecto” se experimenta un placer que se confunde con felicidad, pero no es real; por el contrario la ilusión no cumplida puede convertirse en frustración, hastío y estrés. Se detonan emociones negativas, como apatía, melancolía o irritabilidad que impiden que se sea feliz realmente. Finalmente puede ser que la felicidad, de tanto posponerla, no llegue nunca.
Pero si la felicidad nunca llega, se comenzará a creer que no se merece y por ello no hay que aspirar a ella. Es por eso que es importante saber administrar el tiempo entre obligaciones y placeres, de manera que las primeras no terminen con las segundas.
Aprender a disfrutar el presente es una de las características para evitar el síndrome de la felicidad aplazada.
3 signos básicos de que estás aplazando la felicidad
- Constante insatisfacción que impulsa siempre buscar algo mejor.
- Se ahorra y escatiman recursos para cuando mejor se necesite (aunque ese momento parezca nunca llegar).
- El miedo al fracaso paraliza, manteniéndonos en una zona de confort.
¿Cómo afrontar el síndrome de la felicidad aplazada?
No es fácil darse cuenta que se atraviesa por esta situación, a veces se cree que las personas que lo viven están siendo previsoras del futuro y eso les da una aparente seguridad, aunque no se sientan plenas por completo. Sin embargo, si se siente que algo no anda bien, será un buen momento para afrontar el síndrome de la felicidad aplazada siguiendo estas claves.
- Reconocer que se está postergando la felicidad.
- Identificar aquello que nos provoca pensar que en el futuro se estará mejor.
- Reordenar las prioridades.
- Analizar lo que hoy nos hace felices nos permitirá redimensionar lo que podemos hacer ahora por estar mejor y que tendrá consecuencias en el futuro. De tal manera que podamos ser plenos de forma más constante y no sólo en el futuro.
- Asumir que el tiempo no es ilimitado. Por ello es importante establecer plazos para las metas y no prolongar el momento de cumplirlas.
- Cambiar de perspectiva respecto a la verdadera felicidad. Se debe considerar que dejar de lado el disfrute del presente por una felicidad futura cargada de expectativas no garantizará que llegue ese momento anhelado y que tal vez nunca llegue como se ha soñado.
- Meditar sobre lo que se puede hacer desde ahora para que la felicidad no dependa de una fecha determinada, o lo que se acumule en la cuenta de ahorros, o del puesto que se ocupe en el trabajo.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA