La forma en cómo se aprende el amor bajo la crianza violenta tiene graves consecuencias en la salud emocional de las personas y la expone a relaciones igualmente violentas.
No hace mucho observé un mensaje en las redes sociales que decía: “A mí me mis papás me pegaban de niño y yo no estoy traumado”. No obstante, era un perfil en el que se notaba que la persona reproducía patrones violentos en sus relaciones afectivas.
Ciertamente, la violencia con que se cría a los niños tiene repercusiones profundas, especialmente en la manera en la que se concibe el amor. Criar con métodos violentos, además, no promueve el buen comportamiento, sino que crea distancia entre padres e hijos y contribuye a una sociedad violenta.
La UNESCO reitera que la violencia física o psicológica no enseña a portarse bien, sino a evitar el castigo. Con estos métodos los niños solo aprenden qué es lo que tienen que hacer para no enojar al castigador, pero no maduran emocionalmente.
Castigo y neurodesarrollo
De acuerdo a un estudio realizado en la Universidad de New Hampshire, Estados Unidos, los niños que sufren alguna clase de castigo corporal durante el proceso de crianza pueden tener un coeficiente intelectual de entre tres y cinco puntos más bajo que aquellos que no reciben castigos físicos.
La frecuencia en el uso de estos castigos determina también el daño causado en el coeficiente intelectual infantil. En cuanto más daño físico se cometa más tarda el desarrollo de sus habilidades cognitivas. De hecho, estos investigadores afirman que incluso el castigo físico “leve”, aplicado con frecuencia, puede afectar el cociente intelectual.
Asimismo, el Informe mundial sobre la violencia contra los niños y niñas, publicado por Paulo Sérgio Pinheiro (2006) indica que “la exposición a situaciones de violencia puede alterar el desarrollo fisiológico del cerebro y repercutir en el crecimiento físico, cognitivo, emocional y social del niño”.
Además, “los niños que crecen con personas adultas autoritarias, que emplean métodos disciplinarios violentos de forma regular, tienden a mostrar menor autoestima y peores resultados académicos, son más hostiles y agresivos, menos independientes y más proclives al abuso de sustancias peligrosas durante la adolescencia”.
Los niños aprenden lo que ven
Los niños aprenden por imitación, así que se comportarán según lo que ven. Si la severidad, golpes y castigo son los mecanismos de crianza violenta, sin duda aprenderán que la violencia es la forma de arreglarlo todo.
Educar con golpes enseña que los errores merecen un castigo. Porque, al castigar y golpear, no se les suele explicar la inconveniencia de su comportamiento o el error que pudieron cometer, el mensaje se distorsiona. El niño más que aprender comienza a temer.
Cuando los padres, inicialmente relajados, no encuentra una forma apropiada de establecer límites y golpean al niño, dan un mensaje clave: se ha perdido el control. El niño lo sabe y puede ser motivo para convertirse en un manipulador.
Para sobreponerse de esta experiencia los niños desarrollan mecanismos de adaptación a la violencia, como la obediencia extrema o comportamientos violentos.
Consecuencias de la crianza violenta
- Baja autoestima.
- Sentimientos de soledad y abandono.
- Exclusión y aislamiento.
- Incapacidad para resolver conflictos de forma asertiva.
- Ciclos de mayor violencia.
- Ansiedad, angustia y depresión.
- Comportamientos autodestructivos y de automutilación.
- Mala imagen de sí mismo.
- Trastornos de la identidad.
Cómo se aprende el amor bajo la crianza violenta
Un niño que es criado a través de la violencia aprende que es normal lastimar a quien se ama. De tal forma se podrá convertir en un adulto violento en sus relaciones de paraje, o bien será vulnerable al maltrato cuando viva una relación afectiva en su edad adulta.
En cualquier caso, se ubican en algún lugar del círculo de la violencia: víctima o agresor. Estas experiencias trascienden el mundo familiar y se amplían a la escuela y la comunidad.
Los niños que crecen en entornos violentos y de castigo pueden desarrollar una personalidad retraída y distante. Su capacidad para establecer vínculos afectivos sanos se reduce.
Quienes viven violencia en la infancia suelen tener autoestima baja, inseguridades y otros complejos, así como el temor a confiar en alguien que pueda luego herirles, como lo hicieran sus padres.
Existen muchos modelos de crianza que pueden ser positivos para el desarrollo físico, mental y emocional de las personas. Lo ideal es educar en positivo, en el respeto y el amor manifiesto con palabras y contacto físico afectivo.
Y si los conflictos de familia te superan, siempre puedes contar con asesoría de un psicoterapeuta que te guíe en restablecer lazos afectivos sanos entre los miembros de la familia.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA