¿Cómo saber si me estoy autocastigando? Este es un tema que te ayudará a entender cómo te tratas a ti misma y qué es lo que te lleva a ello.
Cargados de culpas y arrepentimientos, en ocasiones solemos infringirnos castigos inconscientes que impiden nuestra plenitud, crecimiento y avance en la vida.
Por un error cometido, por un resultado que no cumplió nuestras expectativas, porque no somos “perfectos” como desearíamos, o no somos capaces de cumplir con lo que esperan los demás de nosotros. Estos y muchos otros pueden ser los motivos por los que nos autocastigamos, a veces de forma inconsciente.
El autocastigo es más común de lo que nos gustaría pensar, y puede presentarse con pequeños detalles o grandes sacrificios, incluso daños físicos.
Sentimiento de Culpa
El camino del autocastigo suele comenzar en el sentimiento de culpa, del cual ya he escrito previamente con más detalle.
La culpa es un matiz de la conciencia que nos da señales de que estamos actuando de forma inapropiada; nos avisa que es momento de detenernos, corregir nuestra conducta y resarcir el daño si es necesario.
Pero cuando la culpa tiene orígenes en nuestros pensamientos, y no en nuestros actos, nos genera conflicto, incomodidad, angustia hasta depresión. Y es que esta culpa está en el ámbito de nuestra psique y desde ahí la juzgamos. ¡Y somos los más severos jueces de nosotros mismos!
Estas emociones, consideradas negativas, nos dejan vulnerables en la búsqueda de reparación de un supuesto daño que ha bordeado nuestra mente (no real, necesariamente). Es por ello que, incluso de manera inconsciente, consideramos que merecemos un castigo.
¿De dónde nace el autocastigo?
Desgraciadamente vivimos en una sociedad que nos amenaza constantemente con el rechazo o aislamiento cuando nuestra conducta no es acorde con su normativa.
Desde la infancia nuestro grupo de referencia, incluyendo nuestros padres, nos enseña a distinguir el bien del mal: para el bien hay un premio (aprobación), para el mal un castigo (desaprobación). A tan temprana edad, asumimos estas normas morales que nos condicionan.
A partir de entonces no esforzamos por ese “premio” que es la aprobación y el cobijo de los nuestros. La aprobación es nuestra monedad de canje a la medida que pasan los años.
No decepcionar se vuelve nuestro objetivo, ya que si decepcionamos aparece el malestar por haber pensado o actuado de una manera determinada; la consecuencia es el castigo.
El que otros nos acepten es una especie de “garantía” de bienestar que nos evita sentimientos negativos como la culpa. Sin embargo, el error siempre está latente en nuestro interior y ante ello la culpa se condiciona.
Al sentirnos mal con nosotros mismos por la falta cometida que nos hizo sentirnos rechazados, tendemos a reprendernos con un diálogo interno hiriente y duro. Nos decimos de todo y nos castigamos.
La falta de autoestima nos castiga
Frente a la idea de que hemos cometido alguna falla o incluso ante la posibilidad de creernos insuficientes para cumplir los deseos de los demás, se presenta el severo juez que somos con nosotros mismos y nos sentencia a duros castigos.
Esta culpa y búsqueda de castigo es producto de nuestra incapacidad para gestionar esas emociones y pensamientos que nos etiquetan en el error, la incompetencia, la insuficiencia, etc. El castigo es la búsqueda de reparar el daño, para que el grupo nos acepte.
Sin embargo, es la baja de autoestima la que suele tener dificultades para gestionar estas erratas y subsanarlas porque aceptamos el castigo que los otros habrían de imponernos, tanto como la aceptación que buscábamos.
Si no nos estimamos lo suficiente, podremos pensar que todo ocurre por nuestra causa o nuestra culpa, incluso en acontecimientos en los que no participamos. Merecemos un castigo y sólo éste puede reivindicarnos con el grupo para ser aceptados de nuevo (aunque los otros no nos estén juzgando sino nosotros mismos).
Ante la falta de reprimenda externa, nos convertimos en nuestros jueces más implacables, nos enfadamos y regañamos a nosotros mismos, con todas las consecuencias que eso conlleva para nuestra autoestima.
5 Formas de autocastigo
Como he señalado anteriormente, los castigos pueden ser de diversa índole hasta llegar a dolorosos y lacerantes. Aquí algunos ejemplos:
1. Asumir pesadas y abundantes cargas
Si nos sentimos culpables de no haber hecho algo bien tendemos a llenarnos de cargas pesadas e incluso difíciles para compensar nuestra falla. Puede también ser una forma de demostrarnos y demostrar a otros que somos capaces de hacer cosas difíciles.
Igualmente, para evitar el rechazo, nos volvemos incapaces de decir no, así que tomamos tareas y responsabilidades que ni siquiera nos corresponden. La consecuencia suele ser el agotamiento físico y emocional, el estrés crónico y la ansiedad.
2. Conformismo
Nuestro sentimiento de culpa puede llevarnos a agachar la cabeza, a sentirnos no merecedores de cosas buenas y grandiosas. Nos inclina a ceder frente a los otros, a renunciar a las mejores oportunidades e incluso al éxito.
Ello nos lleva a conformarnos con cualquier cosa, a creer que no nos merecemos lo mejor. Nos dejamos en último lugar.
Este conformismo es desde ceder el último trozo de pizza hasta la vida en pareja, dejamos que ésta nos dé lo que le sobra sin ser lo primordial en la vida.
Renunciamos a estar bien, porque creemos que no lo merecemos.
3. Elegir el sufrimiento
Sí, aunque suene descabellado hay quien elige el sufrimiento como castigo a su sentimiento de culpa.
Una forma sana de vincularnos con los demás sería evitar a aquellas personas que nos hacen sentir mal, nos humillan, manipulan, dominan y atropella. Sin embargo, cuando alguien se autocastiga, tiende a relacionarse con este tipo de personas.
Esto puede ser por orgullo al querer buscar de alguna manera encontrar la solución o intentar arreglar al otro, o también porque no somos capaz de enfrentar a la otra persona, o porque ya estamos tan acostumbrados a esa persona, que sus maltratos nos parecen algo normal. Nos conformamos.
4. No reconocer lo buenos que somos
Si hemos fallado, si cometimos un error, entonces quiere decir que no somos buenos —ni buenas personas ni capaces—. Esta es la imagen que tenemos de nosotros, incapaces de reconocer que lo somos, que somos únicos y especiales.
Aceptamos cuando nos tratan mal, pero cuando reconocen algo bueno, entonces nos alejamos. Dejamos que otros se queden con los créditos, dejamos que otros sean los que destaquen, preferimos quedar a la sombra de otros.
Inconscientemente podemos buscar perdedores, situaciones carentes de emoción, y nos alejamos de cosas que nos pueden hacer feliz. Damos por hecho que no tenemos ningún valor.
5. Ya no importa el qué dirán
Cuando existe este impulso al autocastigo nos sometemos al juicio ajeno con el falso engaño de que no nos importa el qué dirán. Buscamos destacar por ser personas rechazables: de malos modos, enojonas, desaliñadas, irresponsables, infieles, mentirosas…
Esto puede ser por el hecho de confirmar ese desprecio inconsciente que se tiene a uno mismo, o por recrear inconscientemente situaciones pasadas en las que se nos trató mal y no pudimos hacer nada. O peor aún, la atención negativa que recibimos nos hace sentir diferentes e importantes.
Otra cosa es que creemos que los demás nos deben aceptar así, simplemente por evadir la responsabilidad de mejorar, a la vez de que les echamos la culpa a los otros de ser los del problema.
Finalmente, el autocastigo nos deja siempre en un último lugar, nos sacrifica e impide seguir adelante y crecer como personas. El camino a dejar de castigarnos no es fácil, pero es el más sanador y reconfortante, un acto de amor a nosotros mismos. Se trata del auto perdón.
Puede haber otras formas de autocastigo, todas ellas nos dejan siempre al final, nos hacen sufrir y nos distancian de la plenitud y el gozo vital. Incluso, el autocastigo puede llegar a acciones físicas que lesionen alguna parte del cuerpo y que deben ser tratadas profesionalmente con mayor urgencia, pues ponen en riesgo la vida de las personas.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA