Todos tenemos una o varias heridas que arrastramos de la infancia, hoy te contaré cómo convertir tus heridas en fortalezas luego de pasar el proceso de sanación.
Las emociones que nos incomodan, como frustración, rabia, tristeza, miedo o ira se asientan fácilmente en nosotros tras un momento intenso o traumático. En la infancia, cuando nuestros recursos emocionales suelen ser escasos, estas emociones dejan huellas profundas (heridas) que determinan el patrón con el cual aprendemos a enfrentar ciertas situaciones.
Con el tiempo vamos sumando heridas, algunas otras se sanas, pero hay aquellas que se agrandan y se “infectan”. Estas suelen ser muy dolorosas y, frente a ellas, desarrollamos mecanismos de defensa para evadir el dolor. Ese es el verdadero problema de nuestras heridas, la forma en que adoptamos comportamientos poco sanos para no sentir, pero no solucionamos las heridas ni gestionamos correctamente nuestro sentir.
Principales heridas de la infancia
Aunque cada uno experimenta e interpreta conductas hirientes en la infancia de manera particular, existe un común denominador que puede clasificar algunas heridas típicas. Entre ellas estás cinco:
- Abandono
- Rechazo
- Humillación
- Traición
- Injusticia
Por supuesto, estas heridas dependen de la interpretación de los hechos de cada persona, pero todas ellas lastiman la autoestima, la seguridad y la salud emocional de quien las vive.
¿Qué pasa cuando las heridas no sanan?
Algunas señales de que las heridas se han descompuesto en vez de sanar son:
- Cuadros de ansiedad
- Depresión
- Vínculos tóxicos
- Dificultad en las relaciones afectivas
- Baja autoestima
- Trastornos del sueño
- Pensamientos obsesivos
- Inseguridad y desconfianza
- Actitudes defensivas o agresivas
- Miedos
Cómo convertir tus heridas en fortalezas
Las heridas pueden sanar, pero el trabajo que requieren implica voluntad, el deseo de salir de una zona de confort instalada en la evasión. Por ello, hoy te doy algunas claves en cómo sanar tus heridas para convertirlas en fortalezas.
- No te resistas al dolor: esto te permite reconocer la herida y nombrarla para sanar.
- Frente al dolor, reconócete ser humano: no eres un super héroe que nada te daña, tienes derecho a tener emociones incómodas, como todos y también tienes derecho a sanar de ellas.
- Ser fuerte no te hace insensible. La resiliencia ante la herida es un buen camino de expresión emocional. Debemos evitar la inexpresión emotiva que nos produce la herida. ¡Exprésate!
- Aprender a reconocer el origen de la herida emocional: te ayudará a iniciar el proceso de sanación.
- No niegues la herida, esto sólo haría que crezca y se “infecte” más. Mejor busca sanarla.
- Reconoce que la causa del dolor es importante, pero reconstruirte es aún más importante.
- Deja de perder el tiempo rindiendo tributo a un pasado doloroso. Ser la víctima y rumiar la herida sólo te ata y genera dependencia emocional. ¡Libérate!
- No existe una fórmula mágica para superar el dolor. Para ello hay que trabajar duro, comenzando por enfrentar la herida y el dolor, como ya lo he dicho.
- Todos tenemos heridas. No sientas pesar por saber que en tu historial emocional hay heridas profundas. Todos las tenemos o las hemos tenido, la diferencia es que hay quienes deciden sanarlas y las que le “cobran” al mundo por su dolor, pero no se sanan a sí mismos.
- Obtén tu mejor lección. Cuando logras superar la herida enfrentándola de forma resiliente, la vida ya no es la misma y de ello puede obtenerse una lección. Aprender de nuestra propia historia es la mejor manera del desarrollo de la persona.
No permitas que las heridas desgarren tu alma y te conviertan en una persona frustrada, amargada y dependiente de dolor. Transfórmalas en tu fortaleza y si aun así te es difícil continuar con ellas, tu mejor opción es hacerlo a través de una guía en psicoterapia.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA