Es importante conocer cómo ayudar a los niños a lidiar con el estrés en tiempos que nadie escapa de esta respuesta del organismo y la mente ante la tensión que producen las duras exigencias cotidianas. Ciertamente, los niños también son víctimas de las demandas de la época actual; la convivencia escolar, la relación con los padres y hermanos, el entorno urbano… pueden ser múltiples los factores que influyen en el ánimo de los infantes y que les provoca estrés.
Como otras veces lo he escrito, el estrés es una reacción del organismo a un desafío o demanda, a una situación que se percibe como amenaza; en su aspecto positivos esta alerta es buena cuando evita que los niños se expongan a peligros, pero cuando la sensación de peligro y la respuesta del cuerpo se prolonga por días, puede ser un causante de daño a la salud física y emocional.
¿Por qué se estresan los niños?
Los niños son seres vulnerables y uno de los factores que más les causan estrés es la desprotección. Cualquier alteración de su entorno o situación que les genere sensación de estar desprotegido, amenazados o les haga sentir impotentes, podrá ser un generador de estrés.
Igualmente, la capacidad imaginativa de los niños puede actuar en su contra y generar pensamientos negativos, detonados por interpretaciones de su entorno o de influencias como noticias o películas. Ellos sentirán la certeza de que algo malo puede pasar (a ellos o su familia) ya sea una realidad o no. Aunque para un adulto no haya lógica en ello, para los niños estos pensamientos fatalistas pueden angustiarle de sobre manera y causar crisis estresantes e incluso ansiedad y pánico.
La incertidumbre es un agente estresante para cualquiera, pero a los niños con frecuencia evitamos explicarles las cosas que pasan; incluso argumentando que no queremos preocuparlos, ello causa desasosiego y éste, a su vez, los estresa. La verdad es que ellos suelen darse cuenta de que algo pasa y de no tener un entendimiento de lo que es, pueden estresarse ante la duda.
Por supuesto el comportamiento y la energía de los padres y cuidadores es importante para darles seguridad y tranquilidad, pero también para contagiar el estrés. Cuando los adultos estamos estresados, ellos pueden comenzar a sentirse contagiados de nuestra actitud y estado anímico.
¿Cómo sé si mi hijo está estresado?
Si los niños no han tenido alguna clase de educación emocional, difícilmente podrán decir que se sienten estresados, así también les será complicado manifestar sus emociones. Por ello los adultos somos quienes debemos estar siempre atentos a ellos para poder advertir los signos que indiquen cómo se sientes y ayudar a que gestionen su estrés.
- Algunos de los signos de estrés en niños pueden ser:
- Regresiones: volverán a comportamientos de etapas anteriores, conductas propias de niños más pequeños.
- Berrinches, agresividad y, en casos extremos, comportamientos de riesgo.
- Se les dificulta dormir y/o pueden tener pesadillas.
- Alteraciones de los hábitos alimenticios: pueden sufrir anorexia o compulsión por la comida.
- Llanto constante e inexplicable, tristeza y aislamiento.
- Dolores de cabeza y estómago, tics nerviosos.
- En general presentan conductas inusuales.
Por supuesto, cada niño responderá al estrés de diferente manera, por ello será importante observarlos y comparar su “nueva” conducta con conductas anteriores propias de cada individuo para identificar esos cambios que puedan dar señal de estrés.
¿Qué hago si mi hijo está estresado?
Si observas que su comportamiento ha cambiado, primero analiza si existen condiciones que pudieran estar provocándole estrés. Cuando hayas confirmado que es la causa de sus alteraciones, entonces podrás hacer alguna de estas cosas:
Explica el motivo y la forma de los cambios que estén sucediendo en su entorno; ayúdale a comprender que el devenir no lo pone en riesgo (ni a él ni a los que ama).
Aclara sus dudas y no omitas aclaraciones tantas veces como sea necesario. Contesta todas sus preguntas de manera objetiva y procura no dejar espacios en blanco que su imaginación tenderá a rellenar. Por supuesto no le mientas.
Ayuda a los niños a identificar lo que es real y lo que es ficción o imaginación, tanto en el presente como en el futuro.
Para ayudar a externar sus preocupaciones y emociones, puedes hacerle preguntas concretas como, qué tanto sabe de lo que sucede, qué piensan sobre lo que pasa, qué es lo que están sintiendo, qué creen que puede pasar, etc.
Comparte tus propias emociones al respecto; coméntales que tú también estás preocupada o cansada, que te sientes triste o nerviosa. Cuando lo hagas no les des detalles de cosas que ellos no tienen por qué saber, recuerda que lo buscado es ayudar a que identifiquen sus emociones y las expresen.
Y luego de ello trasciende la emoción con una actitud que ayude a gestionar esa emoción. Si te sientes preocupada, puedes añadir que sabes que pronto pasará y que todo saldrá bien, por ejemplo. De esta forma vas sembrando certezas en la mente del niño, y le ayudas a tomar en cuenta que no siempre será así como él cree.
Si, aunque hayas motivado la expresión de sus emociones, el niño no quiere hablar, no lo obligues sólo hazle saber con tu presencia, una caricia, un abrazo, que estás con él y que puede contar contigo en las buenas y en las malas.
Si están al alcance de ellos, permite a los niños tomar ciertas decisiones para hacerles sentir que tiene cierto control sobre la situación y sobre su propia vida. Además, esto le permitirá fortalecer su autoestima y su capacidad de afrontar el futuro.
Busquen juntos formas de relajarse como cantar, bailar, dibujar o contar historias. Incluso puedes ayudarlo con técnicas de respiración y relajación.
Finalmente tú eres el ejemplo de todo lo que pueden aprender tus hijos, así que el primero que debe aprender a manejar el estrés eres tú. Procura gestionar tus propias emociones adecuadamente para no contagiarlos y ayudarlos a tener bienestar emocional autogestionado.
Si el estrés es algo que te supera y pone en riesgo la convivencia de tu familia, es momento de buscar la guía profesional.