Hay que contemplar ciertas claves sobre el castigo en la educación de los niños para que éstos, más que traumáticos, resulten un método con resultados positivos para el desarrollo pleno del individuo.
No obstante, hoy en día la utilización de los castigos como un método educativo no es del todo bien visto, especialmente para quienes están a favor de la crianza positiva, siguen siendo una práctica común en la educación actual; por lo que resulta idóneo considerar algunos factores.
Premios y Castigos
Las personas nos vamos moldeando fundamentalmente a través de las consecuencias de nuestra conducta, desde etapas muy tempranas; esas consecuencias nos pueden parecer agradables o repulsivas, y es así que para dar buen cause a esas conductas los sistemas educativos implementaron modelos de premios y castigos.
Premios y castigos son resultado de los sucesivos comportamientos y determinan que, en una situación parecida, se repitan o no. Un premio resulta gratificante a quien lo recibe, lo que consideramos como un refuerzo positivo a una conducta adecuada.
El castigo, por su parte, es una consecuencia desagradable y repelente, que se experimenta como algo negativo, frente a una conducta determinada, y que tiene como principal objetivo disuadir al respecto de dicha conducta. A este respecto, podemos encontrar dos clasificaciones del castigo: castigo positivo y castigo negativo.
El castigo positivo se ejerce a través de una consecuencia desagradable para disuadir una conducta, cada vez que ésta se comete.
El castigo negativo pretende disuadir de una conducta a través de eliminar cosas que gusta, cada vez que se realiza la acción. Por ejemplo, impedir el uso del teléfono celular luego de ciertas conductas.
Para que el castigo sea eficaz, su aplicación debe ser sistemáticas y considerar ciertas claves al momento de decidir cuál debe ser y cómo implementarlo.
Claves a tomar en cuenta al elegir el castigo
- Intensidad del castigo: evitemos el castigo desproporcionado, porque lo único que pondrá de manifiesto es el abuso de los padres sobre los hijos; pero tampoco debe ser tan laxo como para perder la eficacia. Procura que el castigo sea a la par a la conducta a castigar.
- La conducta a corregir: tengamos claro qué conductas deben ser castigadas y cuáles no; ello depende de la etapa de vida en que se encuentre el niño y su capacidad de comprensión sobre ciertos comportamientos o de realizar tareas. No podrá sancionarse, por ejemplo, que el niño no haya cumplido una tarea que por su desarrollo aún no es capaz de realizar.
- Inmediatez de la aplicación: el castigo debe ser consecuencia inmediata a la conducta indeseada.
- Aviso: es preferible no sancionar sin haberle avisado al niño la consecuencia de la conducta incorrecta. Señala, con asertividad, los efectos que pueden tener sus actos, sin ser amenazante. Las amenazas no disuaden, sino que atemorizan; no dejan espacio a la contrición.
- Tipo de castigo: el estímulo que se va a utilizar, tanto aplicándolo como retirándolo, debe tener un significado y una importancia para el niño.
Importante es señalar que por ninguna razón deben aplicarse castigos corporales ni psicológicos, puesto que no enseñan y son formas de abuso infantil. Asimismo, el castigo no debe responder a una reacción emocional de padre o tutor.
Ahora, tomemos en cuenta también que, si la conducta castigada continúa haciéndose, hay que plantearse otra estrategia diferente del castigo para su modificación.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA