Estas son 6 heridas de la infancia que marcan la edad adulta que podemos evitar con la crianza positiva.
Nadie sale de la infancia si una cicatriz. Ya sea una caída del triciclo, un raspón en la rodilla, un rasguño con la rama de un árbol… vivir deja huellas. Igualmente sucede en nuestro mundo emocional, estamos marcados por pequeños o grandes acontecimientos que nos lastiman por la carga y significación que tuvieron para nosotros.
Los padres y el entorno pueden tratar de no herirnos, sin embargo, como las afectaciones físicas que son inevitables, las lesiones psicológicas forman parte de nuestro desarrollo. El problema es cómo procesamos esos momentos, qué tan profundas son las cicatrices que nos dejan y cómo trascienden para marcar nuestro comportamiento en la edad adulta.
Entre las muchas heridas que nos marcan, encontramos algunas muy comunes, especialmente porque cada generación tiene sus mitos de cómo educar y sus comportamientos, muy afines, tienen consecuencias. Por ello, hoy te dejaré seis heridas de la infancia que marcan la edad adulta.
¿Cómo se generan las heridas emocionales?
Cada niño percibe su realidad de una manera única, así le otorga una interpretación particular a los hechos que vive cada día y los asume de cierta forma: ya sea que los conserve como experiencia o como herida. En todo caso, aprende a responder a ciertos acontecimientos de la manera en que más seguro se sienta y es cómo el adulto desarrolla un comportamiento emocional definido desde su infancia. Por ello hablamos que las heridas marcan.
las heridas emocionales se originan por una o varias experiencias negativas (o interpretadas como tal) vividas en la niñez. Dichas vivencias dejan una huella afectiva que, de alguna manera u otra, termina repercutiendo en el comportamiento del adulto.
6 heridas de la infancia que marcan la edad adulta
Aunque cada persona guarda en sí misma sus experiencias e interpretaciones de la infancia, hay un común denominador que sirve de indicador para hablar de las heridas de la infancia más comunes. Vamos a ver algunos casos:
1. La huella del maltrato
No es necesario que los padres o cuidadores lesionen a los niños de manera brutal. Estos pueden generar manifestaciones de crianza que los niños perciben como agresiones. Desde que la madre, en un día particularmente complicado, levante la voz o pierda la paciencia, hasta golpes o agresiones severas que dañen su integridad.
Estas son causas de heridas que trascenderán a la vida a adulta como inseguridades y desconfianza. Los niños aprenden a protegerse a través de estas actitudes, de forma que evitarán exponerse a cualquier situación que les haga sentir vulnerables.
El maltrato puede forjar personas huidizas, reservadas, siempre a la defensiva y desconfiadas incluso de sí mismas.
2. Miedo al abandono
Los apegos en la infancia deben atravesar por un proceso bien encausado para convertirse en vínculos saludables. Los padres y los cuidadores son presencias sustanciales para el niño en su primera infancia. Perderlos de vista o vivir con el miedo de que se vayan puede ser traumático para ellos. Es por eso que, con frecuencia, encontramos a muchas personas adultas que viven con miedo al abandono.
La falta de atención y cuidado, manifiesto por ejemplo en largas horas de ausencia de los cuidadores primarios, puede ser una causa de este sentimiento que dejará marca en la etapa adulta. Quienes han vivido con la sensación de abandono/descuido, suelen generar relaciones dependientes con los demás, ya sea entre amigos o pareja.
Los adultos con miedo al abandono dedicarán mucho tiempo a asegurarse que las personas que los rodean no les dejen, forzando incluso las relaciones o celando a la pareja. Pero también, serán personas que, ante una relación, buscarán terminarla prematuramente para ser ellas quienes abandonen y que no sean quienes sufran el abandono.
La sensación de abandono en la infancia puede también crear miedo al compromiso: “si no te vas a quedar mucho tiempo, para qué me comprometo”. Si la pareja, los amigos o incluso el trabajo se perciben como algo susceptible de perderse, entonces no vale la pena echar raíces ahí.
3. El rechazo
El descuidado, el maltrato y el hostigamiento (bullying), pueden provocar una sensación de exclusión en el círculo social. Ser rechazados por los demás es una profunda huella que se puede experimentar en la infancia y provocar en el adulto grandes sentimientos de inseguridad, de no merecimiento y culpabilidad.
Por supuesto, frente al rechazo, la autoimagen y la autoestima se verán dañadas y, a la larga, ocasionarán comportamientos de inseguridad, dependencia, fobias sociales, introversión. Las personas con miedo al rechazo difícilmente serán quienes den el primer paso para entablar una conversación o una relación (de cualquier índole).
Un adulto que tiene esta herida evitará exponerse a la valoración social. Tendrá conductas evitativas y en casos severos se aislará, pues los demás son una amenaza. Pero también puede existir una sed de revancha; entonces el adulto que en algún momento fue rechazado podría convertirse en una persona que frecuentemente manifestará desprecio a los demás, como un mecanismo de defensa.
4. El perfeccionismo
La sensación de algunos adultos de que su comportamiento y acciones deben ser impecables y, de lo contrario, experimentan ansiedad en caso de error, suele ser producto de una herida emocional previa. Se considera que detrás de cada persona perfeccionista hay alguien inseguro que busca reconocimiento.
Si se presiona a los niños para que sean los mejores, sin saberlo se les está enseñando que el fracaso es sinónimo de equivocación y no una oportunidad. El mensaje frente a la exigencia constante y la crítica es no puedo aceptarte si no eres “perfecto”. Algo imposible por simple naturaleza humana.
Asimismo, haber tenido padres inmaduros o infantiles hace que muchos niños tengan que madurar antes de tiempo, y suelen ser adultos hiper-responsables y perfeccionistas.
Cuando se desarrolla la convicción de que no alcanzar la perfección equivale a fracaso, puede generar un perfeccionismo patológico que incluso pueda detonar a una personalidad obsesiva compulsiva.
5. La traición
Cuidado debemos tener los adultos en prometer cosas que no vamos a cumplir. Desde prometer un dulce hasta que “todo va a estar bien” cuando no será posible mantener la promesa, pueden ser motivo de una herida profunda. Traicionar la confianza de los niños produce miedo a confiar.
Vivir una traición en la infancia construye personas controladoras y que quieren tenerlo todo seguro. Por supuesto también generará una actitud desconfiada; no delegan tareas a otros, les falta paciencia y tolerancia.
6. La injusticia
Si los cuidadores son exigentes en demasía, si el entorno de los niños es de crianza autoritaria y distante, puede generarse una percepción de injusticia. Los sentimientos que se generan ante un ambiente muy demandante pueden ser de ineficacia e inutilidad: nunca se es suficiente ni se puede complacer a los demás.
Las consecuencias directas de la injusticia en la conducta de quien lo padece será la rigidez, la baja autoestima, la necesidad de perfeccionismo, así como la incapacidad para tomar decisiones con seguridad.
Brindar a los hijos una crianza fundada en la confianza, el respeto y el amor es una respuesta a cómo evitar herir a los niños. La crianza positiva es una herramienta que ayuda a los padres en el cuidado de sus hijos, fundamentado en el interés superior de la niñez, donde los cuidadores pueden promover y estimular el desarrollo de las capacidades del individuo, sin violencia, ofreciendo reconocimiento y orientación con límites, que permitan su pleno desarrollo.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA