Todos usamos máscaras que nos protegen emocionalmente, ¿tú qué máscara llevas puesta? Aquí te contamos cuáles pueden ser.
Todos vamos por la vida protegiéndonos del rechazo, la indolencia, el desamor y la vulnerabilidad. Nos colocamos máscaras tras las que se esconden nuestros miedos e inseguridades, pero también diversas intenciones ocultas.
Es normal que todos ocultemos parte de nuestra forma de ser o que simulemos tener otro tipo de características que no siempre van con lo que realmente somos. La necesidad de pertenecer y ser aceptados en nuestro grupo social nos mueve a “actuar” roles determinados y representar personajes que nos ayudan a adaptarnos y sobrevivir en cada entorno.
Máscaras
Estos personajes, como en una obra teatral, llevan máscaras de personajes internos que cobran forma según el rol que requerimos interpretar según las circunstancias que estamos viviendo, con quién nos relacionamos y según los procesos emocionales que experimentamos.
Algunas de estas máscaras nacen en nuestras zonas menos sanas —por ejemplo, de nuestros miedos no trabajados— y nos llevan a comportamientos defensivos que no nos benefician. Otras máscaras nacen de nuestra parte equilibrada y nos protegen de ser vulnerados emocionalmente.
Hay máscaras que son momentáneas, para librar alguna situación transitoria y otras que llevamos de forma permanente, proyectando una personalidad acorde a la necesidad social de cumplir un rol determinado de forma constante.
De igual modo, existen múltiples personajes a interpretar como máscaras que podemos usar: el controlador, la sufriente, la niña buena, el que huye, la fría y calculadora… Muchas son las caretas que podemos asumir.
Consecuencias de las máscaras emocionales
Sin embargo, el abuso de las máscaras emocionales nos lleva a creernos que así es como somos en realidad, volviendo opaca nuestra verdadera personalidad y causando debilitamiento del auténtico yo.
Con el uso frecuente de una máscara, ésta se apodera de nuestra identidad hasta que acabamos identificándonos con ella permanentemente, en lugar de usarla sólo como una herramienta que nos facilite la vida nos sentencia y nos enmarca en una realidad ajena que exige cada vez más de nosotros.
Por ejemplo, si hemos adoptado la máscara de una persona fría e inmune a la emotividad, tarde o temprano seremos incapaces de identificar nuestras emociones y las de los demás, perdiendo la empatía y la compasión.
De tal forma, la máscara lo que ha logrado es debilitarnos. Las usamos para evitar lo que tememos, obtener aceptación y cariño, para “encajar”, para cumplir con lo que creemos que se espera de nosotros, etc. Pero en realidad ocultan parte de nuestro ser, limitan nuestro contacto con los demás, estrechan nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos.
Tres máscaras emocionales
La fortaleza, la indiferencia y el humor suelen ser las defensas emocionales que más solemos usar; por lo tanto, son lo que construimos nuestras caretas para enfrentar a los demás sin sentirnos vulnerables al rechazo, el desamor o la crítica.
La fortaleza
Una máscara con la que mostramos al mundo que nada nos afecta, que somos invulnerables, que nada nos hace daño. Es un escudo protector que marca una barrera entre nosotros y los demás.
Sin embargo, el interior en realidad se encuentra herido. En lugar de sanar la herida, se deja endurecer la coraza, evadiendo la posibilidad de sentir tanto emociones positivas como negativas. Nos aleja de la experiencia más plena de la vida y nos hace incapaces de una adecuada gestión emocional.
La indiferencia
La indiferencia es un estado en el que la persona no siente inclinación ni rechazo hacia algo o alguien. Es un punto intermedio entre el aprecio y el desprecio, una falta de emociones poco naturales que hace pensar que nada nos afecta.
Usar la indiferencia como una máscara nos permite asumir el papel de un personaje que se encuentra bien y feliz, que no hay tormenta ni problema que le altere o el agobie. Sin embargo, en el interior es una persona que no es feliz y por tanto quiere “anestesiar” sus sentimientos para no sufrir.
El humor
Reír de todo, tomar a gracia lo que nos sucede sin importar el contexto es otra forma de usar máscara. En este caso la máscara del humor, en el que se asume un rol de quien es “gracioso”.
Una persona que se muestra con buen humor y que anima al grupo, pero en realidad evade afrontar sus propias emociones, especialmente dolorosas. Suele estar ocultando sus necesidades personales, se siente vacía y triste por dentro.
¿Debo dejar de usar máscaras?
Todos utilizamos las máscaras para salir del paso en determinadas circunstancias sociales, pero refugiarnos detrás de una careta de manera constante no hace bien ni a uno mismo ni a las relaciones que establecemos con los demás.
Los lazos que establecemos con los demás cuando media una máscara, por supuesto no son auténticos y pueden quebrantarse fácilmente, resultando aún más doloroso de lo que deseábamos evitar.
Utilizar una máscara de una forma puntual no tiene mayores efectos secundarios, sin embargo, renunciar a ser uno mismo sí es grave, pues al final de tanto usar la careta terminamos olvidando quiénes somos en realidad.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA