Entender que el castigo del silencio es una agresión pasiva nos ayudará a encontrar mejores opciones para expresar emociones negativas de forma más asertiva y sana.
Dice un proverbio: “habla cuando tus palabras sean tan dulces como el silencio”. Sin embargo, el silencio no siempre es un acto dulce y sereno, ni un espacio de paz. En ocasiones prodigar silencio es un acto de agresión.
Dejar de hablar a alguien puede ser una forma de castigo, y el castigo suele ser una manera violenta con la que se pretende aleccionar a alguien, en lugar de afrontarlo con el diálogo y la asertividad.
Es un recurso utilizado por ciertas personas para expresar enojo o resentimiento, pero también una forma de control con el fin de que la otra persona termine acatando un deseo personal. Este ejercicio de poder mediante el silencio termina siendo una forma de manipulación emocional.
El silencio como lucha de poder
Cuando se aplica el silencio como una forma de castigo también se está usando un cierto poder de quien calla sobre a quien se pretende “castigar”. Una forma de manipulación para someter a su víctima, quien –por su parte— cuenta con una baja autoestima, lo que la hace vulnerable a la voluntad ajena a cambio de que no le dejen de hablar.
El silencio, por tanto, no busca resolver un conflicto sino someter a los demás a la propia voluntad.
Callar para agredir
Por su parte, la agresión pasiva expresada en el silencio también es una manifestación. sentimientos negativos de manear indirecta. La ira, la molestia o el dolor se esconden en la agresión, en lugar de abordarlos directamente.
Ésta es una forma inmadura de intentar resolver conflictos, que además no se resolverán porque lo ideal es la conversación, la negociación y la búsqueda de acuerdos. En cambio, el silencio se usa para doblegar la voluntad de otra persona.
La ambigüedad del silencio
Además, por parte de quien es depositario del silencio no siempre hay la claridad de lo que se le intenta “señalar”. El silencio como forma de expresar un descontento, resulta ambiguo y produce confusión e incluso angustia en los demás.
Esto hace que se gaste mucha energía emocional tratando de averiguar porque el otro no nos habla, qué hicimos mal o cómo podemos compensar. Esta ambigüedad es la misma que impide la resolución del problema, pero especialmente la toma del poder de quien calla sobre a quien se pretende aplicar el “castigo”.
El silencio es tan nocivo porque se convierte en algo que es susceptible a cualquier tipo de interpretación. La “víctima” tiende a sentirse insegura e incluso culpable al no saber interpretar ese silencio adecuadamente.
Silencio manipulador
Cuando estamos molestos con alguien podemos guardar silencio. Es un silencio que pretende dejar enfriar emociones y evitar conflictos o daños a los demás, un silencio prudente y que buscará un momento oportuno para conciliar.
Sin embargo, el silencio manipulador tiene claramente como objetivo el control. Se sabe premeditadamente que callar genera desconcierto, produce sensación de inseguridad y hace bajar la guardia al otro. Al final, la “víctima” se doblegará al silencio y, por ende, a la voluntad del otro, quedándose sin herramientas para actuar en igualdad de condiciones.
Una relación basada en esta dinámica, sea de pareja, familiar o entre amigos, incluso en el ámbito laboral, tiene un halo patológico que debe tratarse ya que puede significar abuso de poder y/o violencia emocional.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA
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