Entendiendo la agresividad en los niños es la única forma de evitarla como un comportamiento indeseable y sabiendo que puede ser una máscara de emociones.
Entendiendo la agresividad en los niños es la única forma de evitarla como un comportamiento indeseable que es. Y éste no sólo es derivado de la negligencia en la crianza sino una manifestación de emociones que no se han sabido procesar debidamente.
Con frecuencia la agresividad es la expresión de un temor o un dolor que subyace en el niño y que no ha encontrado otras formas de manifestarlo. Estamos hablando de conductas que tienen por objeto, consciente o inconscientemente, hacer daño físico o psicológico a otra persona.
En la infancia puede ser normal alguna manifestación de agresividad, como pegar a otro, ofenderle, hacer burlas de los demás, hacer rabietas o usar palabras inapropiadas; no obstante, es necesario entender las causas y conducir al niño a otras maneras de expresión que no violenten los derechos de terceros. De esta forma estaremos proveyendo de recursos adecuados de gestión de emociones y generando un ambiente propio para la paz.
Además, un niño agresivo, a la larga, puede sufrir de rechazo social y aislamiento, lo que podría incrementar sus niveles de agresión, hasta llegar a condiciones patológicas.
Emociones detrás de la agresividad del niño
En la infancia es fundamental que padres y educadores ayuden al niño a identificar sus emociones para canalizarlas adecuadamente.
Precisamente, detrás de la agresividad del niño suele haber una o varias emociones que no ha sabido procesar o expresar apropiadamente, ya sea porque no reconoce con precisión lo que siente, se le ha inculcado la idea de que no debe expresar ese tipo de emociones o porque no hay quien pueda ayudarlo a entenderlas o incluso no hay quien le escuche.
Entre las emociones que se esconden detrás de la agresividad están la frustración. En el proceso de crecimiento el niño experimenta situaciones que no puede controlar y le crean frustración; algunas de éstas pueden evitarse, otras son parte inevitable del camino de crecimiento. Pero demasiadas experiencias frustrantes pueden dañar la autoestima de los niños y hacerles perder tiempo y energía en arranques de furia y agresividad.
El miedo y el dolor son otras causas del comportamiento agresivo. Ambos son respuestas ante la percepción de un posible daño físico o emocional; lo que despierta un estado de alerta para intentar prevenir el daño: la agresividad se torna en un mecanismo de protección.
La agresividad se presenta cuando el niño se siente amenazado ante aquello que podría arrebatarle algo importante para él, porque no obtiene lo que desea, se siente atacado o lastimado o lo obligan a actuar en contra de sus deseos.
¿Cómo ayudar a un niño que manifiesta agresividad?
- Somos ejemplo a seguir. Antes de comenzar a trabajar con el niño que manifiesta agresividad debemos de observar nuestra propia conducta como adultos que damos ejemplo. Recordemos que los niños imitan la conducta de sus padres o cuidadores.
Si el niño manifiesta sus emociones con agresividad tal vez está siguiendo un patrón previamente aprendido. Si los adultos negamos el enojo, actuamos de forma agresiva (tono de voz, gestos, lenguaje corporal) estamos enseñándole que es correcto negar lo que siente y también que expresarlo con agresividad es adecuado.
2. Ser empáticos. Para ayudar a canalizar su agresividad es importante ser empático con el niño, no para que actúe como quiera, sino para que comprenda el trasfondo de su comportamiento. La empatía ayuda a que los niños se sientan comprendidos y se abran para expresar aquello que les incomoda.
3. Ayudar para reconocer emociones: Será éste el momento en que debemos ayudarle a reconocer sus emociones y darles un nombre. Una vez que pueda expresar lo que siente, debemos hacerle saber que entendemos lo que pasa, que alguna vez también hemos experimentado emociones similares o estamos pasando por lo mismo.
Habrá que explicarle que tiene derecho a enojarse, sentirse frustrado, estar triste o sentirse mal; pero no tiene derecho a lastimar a otras personas, desquitarse con otros o portarse mal.
4. Dale valor a lo que siente: Es preferible que no demos por hecho lo que siente o que su agresividad es sólo un berrinche infundado. Manejar adecuadamente la conducta del niño y disminuir o eliminar su agresividad requiere conocer y entender su propósito; para ello tomemos en cuenta que sus pensamientos y sentimientos pueden parecer ridículos o tontos para un adulto, pero pueden ser perfectamente normales y lógicos para un niño.
5. Explicar las consecuencias: Una vez que conoces las motivaciones que tiene para ser agresivo, ayúdalo a ver las consecuencias de sus actos a corto y a largo plazo. Busca que entienda que, aunque se sienta mejor siendo agresivo, porque desahoga su emoción, a largo plazo se dañarán sus relaciones y provocan respuestas de mayor agresión por parte de los otros, así como posibles castigos.
6. Dar opciones para expresarse: Busquen juntos opciones para lograr lo que desea y sentirse mejor, medidas que sean aptas para él.
7. Establecer límites: Aunque tú puedas ser comprensivo con los motivos de su agresividad, el niño debe saber que su comportamiento debe estar limitado y tiene consecuencias. Estas consecuencias deben ser consistentes con su comportamiento y deberán disuadirlo de repetir la agresión.
¿Cuándo es necesario acudir a un psicólogo infantil para corregir la agresividad?
Cuando la agresividad del niño es preocupante y difícil de gestionar es conveniente plantearse la necesidad de solicitar ayuda a un profesional. Esto depende de la edad del niño, la duración de las crisis de agresividad, la frecuencia e intensidad de cada episodio. Si esto supera lo esperado y puede tener indicadores de trastorno, será oportuno considerar la guía de un psicoterapeuta.
El psicólogo deberá valorar qué factores de riesgo pueden estar influyendo en la conducta agresiva infantil y plantear una estrategia para reconducción de la situación, trabajando tanto a nivel individual con el menor, como con la familia y entorno socioeducativo.
JORGE DOMÍNGUEZ | PSICOTERAPIA