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Detrás de la melancolía se suele esconder una gran tristeza por la lejanía, un sentimiento de ausencia, pérdida o carencia. Cuando estamos melancólicos tendemos a buscar en el recuerdo algo a lo que aferrarnos porque nuestro aquí y ahora no nos brinda las razones suficientes para seguir adelante.

La melancolía, especialmente si se está lejos, es uno de los retos más fuerte que podemos enfrentar en las fiestas decembrinas. Cuando nos faltan aquellos a quienes amamos, de aquellos que dejamos atrás—por cualesquiera que sean los motivos—, incluso los lugares que habitamos, se acentúa la tristeza, que ya nos habitaba previamente, pero que con las celebraciones de fin de año se hace más evidente.

Quienes dejan su país, su casa, su familia, o quienes se han separado de su pareja por diversas razones, experimentan, particularmente en estas fechas, una tristeza más notoria. De acuerdo al diccionario, melancolía es “tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas —como la distancia— o morales —peleas o conflictos—, que hace a quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada”.

El ser melancólico impone en las personas una sensación de “pérdida, nos recuerda que algo nos falta; que tuvimos algo (pareja, hogar, familia, patria) y que ahora ya no la tenemos. Por supuesto, lo que echamos de menos, aquello que hemos perdido era mucho mejor y más agradable de aquello con lo que nos quedamos y, además, no lo podremos recuperar.

La bilis negra

De acuerdo con la etimología griega, la melancolía se traduce como “bilis negra”, y es que el médico Hipócrates decía que el cuerpo enfermaba y sanaba de acuerdo al flujo de cuatro humores esenciales en el organismo. Y la bilis negra era una de ellas, la más peligrosa porque contenía pneuma, que provocaba enfermedades y hacía que las personas pasaran rápidamente de la tristeza a la ira. Por eso, la melancolía se asoció con la depresión, una idea que se mantuvo hasta el Renacimiento.

“Es curioso que durante la Edad Media la melancolía, entendida como sinónimo de tristeza y pereza, fue considerada como uno de los pecados capitales, aunque más tarde se eliminó de la lista. Sin embargo, con el Renacimiento todo cambió y la melancolía comenzó a ser asociada con la genialidad y la locura creativa. A finales del siglo XV, Marsilio Ficino, un filósofo italiano, propuso que las personas con más bilis negra mostraban una sensibilidad artística especial.

“Así, el término depresión no apareció hasta el siglo XVII, aunque siempre vinculado a la melancolía. Y no fue hasta las primeras décadas del siglo XX que el concepto de depresión ganó identidad propia, desvinculándose de la melancolía”. (1)

El Duelo y la Melancolía

Sigmund Freud publicó en 1915 un escrito titulado Duelo y Melancolía, a través del cual desarrolla una comparación del duelo que se consideraba normal y la melancolía como patología. En su texto analiza aquello común entre ambos sentimientos, como la sensación de dolor, la pérdida de voluntad de conectarse con el mundo exterior, el desprendimiento de los propios sentimientos y la disminución de la productividad.

Duelo y melancolía se detonan cuando se ha perdido algo, ya sea un objeto, lugar o persona amada, incluso cuando se ha perdido un sueño (que no se hace realidad o se derrumba entre nuestras manos). Pero ambos tienen sus diferencias, pues el primero es la reacción que nos lleva a enfrentar la pérdida, mientras que la segunda, el estar melancólico, nos mantiene estacionados en el dolor, paralizados pues es una falta de aceptación de la pérdida.

Melancolía estacional y la tristeza permanente

Cuando se está lejos de algún querer, el estar abatido, desanimado, triste y nostálgico es una experiencia afectiva normal que no implica un padecimiento emocional o mental. El problema aparece cuando ese estado dura demasiado o se le suman otros síntomas, y es momento en el que debemos consultar a un profesional de la salud emocional.

Se considera, por otra parte, que la melancolía, como la tristeza y otras emociones llegan a ser patológicas cuando alteran el pensamiento normal del individuo y dificultan su desempeño social. Si un día te da por extrañar a la familia y te quedas en casa a mirar fotos, escuchar música e incluso llorar, es normal, a todos nos pasa.

Pero si haces de esto un hábito o lo continúas por días; si además bebes alcohol en demasía recordando al son de la música, te aíslas para quedarte en casa todo el tiempo, descuidas tus obligaciones por sufrir el recuerdo, ya no es melancolía.

Bajo esta condición vamos a encontrar algún grado de depresión; aunque sea una depresión leve pero continuada, la que conocemos como la distimia. 

La Distimia

La distimia es un tipo de trastorno afectivo que se caracteriza por sentimientos de desesperanza, falta de energía, cansancio, dificultades para concentrarse y tomar decisiones, así como una baja autoestima.

Sin embargo, a diferencia de la depresión, la persona con distimia no tiene pensamientos recurrentes sobre la muerte ni pierde la capacidad para experimentar placer. La persona con distimia experimenta un estado de ánimo melancólico, pero este no le impide seguir con su día a día, mientras que quien padece una depresión mayor puede verse profundamente incapacitado para llevar adelante su vida.

 

Si estás atravesando por momentos de nostalgia, te sientes solo y has tenido pensamientos negativos o padeces un sinsentido de la vida, y esto perdura más de una semana; además nada puede ponerte de buen humor, considera acudir a una psicoterapia que te ayude a mejorar. Además, a melancolía en quienes emigraron de su país y dejaron todo atrás es un problema frecuente, si requieres ayuda, búscame: JORGE DOMÍNGUEZ>> 

(1) Con información de El prado psicólogos

 

 

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