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¿Se puede ser padre y ser amigo de los hijos? ¿Es una fórmula que puede funcionar en la crianza?

Ser amigo de los hijos parece una condición armoniosa en esta compleja relación, pero veamos si realmente es lo más adecuado para ti y para ellos.

De inicio consideremos la función que tienen los padres en el desarrollo y la vida de las personas; son éstos quienes de alguna manera garantizan la supervivencia del individuo en la edad temprana: a ellos les corresponde alimentar y cuidar del pequeño. Posteriormente serán la guía para que, en el momento que los individuos puedan, lleven una vida acorde a sus necesidades físicas, fisiológicas, emocionales y sociales. Al menos hasta el momento en que la persona pueda sobrevivir por sí misma y alcanzar una sana autonomía.

Para lograr estos objetivos, en la guía que deben ejercer los padres es necesario que se establezcan límites firmes, concretos y claros; por lo que padres y/o tutores deben asumir un rol de autoridad que controle que cada individuo a su tutela cumpla con esos límites de forma óptima.

La autoridad materna y paterna tiene una gran importancia en la constitución de nuestro comportamiento. Al respecto P. Antonio Cosp señala: “Muchas veces sentimos que la autoridad es negativa, como negadora y limitante de mi desarrollo; y aunque es verdad que mal ejercida es destructora, bien llevada es una herramienta fundamental del amor para nuestra vida. De ahí su origen etimológico “augere” es acrecentar, aumentar. Toda buena autoridad hace crecer la vida y la auxilia a alcanzar su mejor desarrollo“.

No obstante, por mucho tiempo la autoridad de los padres sobre los hijos se vivió con un enfoque autoritario, de imposición y absoluto control, una relación distante, severa, rígida e incluso violenta. El castigo físico y los golpes, también se hicieron parte de este modelo de crianza.

Con las tendencias pedagógicas más recientes que intentaron deshacerse de estos métodos violentos, se buscó fomentar una cercanía y comprensión en la relación padres e hijos a través de la empatía, el diálogo e incluso la negociación. Se apoyó una relación más democrática e incluso se llegó al extremo de la permisividad, donde los límites se volvieron ambiguos; lo que genera en el hijo la falta de adaptación a las normas, que a la postre le ocasionarán problemas en la escuela, en las relaciones sociales e incluso, de no corregirse a tiempo, en el ámbito laboral.

Así, tomemos en cuenta que los padres tienen autoridad y deben ejercerla. Esta autoridad es servicio ya que debe conducir a los hijos hacia el desarrollo pleno de su ser esencial.

¿Entonces no se puede ser amigos de los hijos? 

Claro que puedes ser amigo de tus hijos, pero tal vez no es la postura más conveniente, ni el término ideal. Los expertos en terapia familiar son más claros respecto al tema: ellos concluyen que no se pueden ser las dos cosas, autoridad y amigo. Cuando los padres pretenden convertirse en amigos de sus hijos lo que hacen es confundirlos al no tener límites claros ni establecerse con claridad lo bueno y lo malo.

Al mostrarnos afables, flexibles y ampliar los niveles de confianza con los hijos, los límites de autoridad se van diluyendo, al grado de caer en un modelo paterno laxo, permisivo o incluso inexistente. Generamos niños “huérfanos” que carecerán de una figura que establezca límites claros y una falta de normas claras, que son indispensables en el desarrollo de todo individuo. Incluso desarrollarán un estilo de autoridad ineficaz negativo para los hijos y la vida familiar por la falta de límites no sirva para asegurar un funcionamiento razonablemente armónico, feliz y saludable a través del desarrollo de buenas estrategias de fortalecimiento emocional.

Si bien se puede ser amigo de los hijos, y comportarse bajo el mismo criterio que ellos como iguales, no es lo conveniente. Por el contrario, se pueden generar lazos de confianza, tener un acercamiento afectivo con los hijos y establecer criterios amorosos que no se contradigan con la autoridad y la crianza, y además permitan el desarrollo integral del individuo.

En este sentido la relación ideal entre padres e hijos es abierta, cercana, flexible, honesta, amorosa; que a su vez tenga límites claros y donde la jerarquía de la familia sea clara y efectiva. El objetivo, al final será que los individuos miembros de la familia crezcan y se desarrollen de forma plena y sana.

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Recuerda que los artículos que aquí encuentras son meramente informativos y no sustituyen el tratamiento y consulta con un profesional de la salud emocional. Las decisiones relativas a la salud deben ser tomadas por un profesional, considerando las características únicas del paciente.

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