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Hay situaciones o personas que nos hacen sentir seguros, en un ambiente conocido sin confrontaciones; pero donde no somos plenos, plenas, ni felices o donde aun así no nos sentimos satisfechos. Eso suele ser una zona de confort negativa.

Sofía tenía un colchón que, prácticamente, había envejecido con ella. Era su colchón de toda la vida, el que la había visto en sus mejores momentos, el colchón que conocía sus secretos e incluso había sido testigo de algunos de sus peores errores.

Sí, era el colchón de su vida, pero no por ello dejaba de estar viejo; con los resortes salidos que le lastimaban las costillas; la estructura desvencijada que ya no le daba soporte en la espalda y la hacía amanecer adolorida; y que le dificultaba levantarse porque el trasero se le hundían en la superficie demasiado blanda de su colchón de toda la vida.

A veces, Sofía pasaba noches terribles porque su colchón ya no era como el de antes y le arruinaba el sueño, pero era el colchón que ella había elegido alguna vez… ¡Cómo se iba a deshacer de él!

Aunque sus amigos insistieran en que cambiara de colchón, ella se sentía terrible con la idea: era el colchón de su vida, cómo se iba a aventurar a conseguir uno nuevo. Por mucho que su colchón le dañara, ya estaba acostumbrada a él; incluso ya sabía cómo acomodarse para que no le hicieran tanto daño los resortes.

Para Sofía, la idea de cambiar de colchón era tentadora, podría dormir mejor y evitaría padecer dolores musculares; pero al mismo tiempo se preguntaba si sería capaz de encontrar algo que le gustara tanto como su viejo colchón, que le hiciera feliz como alguna vez su colchón la hiciera sentir; tal vez no podría fiarse de un nuevo colchón.

Así el dilema de Sofía, quedarse con un colchón incómodo —que incluso afectaba su salud— pero que era el colchón de toda la vida, o arriesgarse a buscar un colchón que le diera una vida más saludable aunque fuera un colchón desconocido.

¿Te parece absurdo el dilema de Sofía? Pues déjame decirte que es lo mismo que nos pasa cuando nos “acomodamos” en nuestra zona de confort, aunque no estemos satisfechos

La zona de confort es esa situación o condición de vida que nos es ya muy conocida, por la que alguna vez nos arriesgamos, que alguna vez nos hizo felices e incluso creímos que sería nuestra elección definitiva, pero que ahora ya no nos funciona, nos hace infelices, nos lastima pero nos aterra cambiar.

La zona de (aparente) confort es esa condición que un día creímos que era nuestra total felicidad y ahora ya no nos satisface, e incluso nos daña física y/o emocionalmente, incluso nos frustra porque ya no es como pensábamos que sería. No obstante, “amamos” nuestra zona de confort porque, de tan conocida, nos hace sentir seguros, seguras; no nos obliga a apostar nada, ni arriesgamos nada permaneciendo ahí.

Tal vez un día nos funcionó, pero ahora sólo nos limita pues requiere tan poco de nosotros (rutina, monotonía, práctica cotidiana) y por ello nos impide crecer. Al mismo tiempo estamos tan acostumbrados, acostumbradas, a la situación, la “dominamos” de tal manera que nos da miedo aventurarnos a explorar una nueva oportunidad de cambiar y hasta ser felices.

¿Por qué no salimos de la zona de confort?

Salir de la zona de confort es difícil porque de inicio requiere que nosotros mismos reconozcamos que ya no estamos creciendo, que ese lugar “seguro” donde nos encontramos en realidad, como el colchón de Sofía, ya no sirve y más bien nos fastidia la vida.

Duele reconocer que nuestra zona de confort, eso que en algún momento nos hizo felices, seguros, exitosos, ya no aporta nada a nuestra vida; por mucho que en algún momento nos haya costado, por mucho que hayamos defendido nuestra elección en el pasado, por mucho que nos pertenezca o lo conozcamos a la perfección.

Sofía, en su momento, tuvo que rogar a sus padres para que le compraran ese colchón y no otro, aunque fuera más caro, aunque fuera de una marca que no conocían antes, aunque… Elegir un colchón y no otro representaba para Sofía una responsabilidad asumida: había conseguido el colchón de sus sueños (claro, era el de sus sueños de hace 20  años). ¿Cómo iba a decir que el colchón por el que tanto peleó ahora tenía que ser reemplazado?

El esfuerzo que empeñamos para llegar a un determinado lugar en la vida, sobre todo si tuvimos que enfrentarnos a la opinión de otros, nos arraiga más en la situación que conquistamos y por ello también nos atemoriza decir un día: ¡esto ya no es lo que quiero! Porque estamos pensando en qué van a decir los demás; y  más trabajo nos cuesta dejar la zona de confort.

Pero no sólo situaciones son las que nos mantienen atadas, también hay relaciones personales que nos parecen ya tan conocidas, que somos capaces de dominar, que se vuelven tan predecibles, que nos sentimos cómodos con esas personas; no importa si ya no somos plenos el uno con el otro, la otra. Se vuelven relaciones monótonas, sin sorpresas ni detalles, y por supuesto poco satisfactorias.

NO SALIMOS DE LA ZONA DE CONFORT PORQUE… 

Porque reconocer que estamos inmóviles frente a la vida asusta y es doloroso: ¿Qué he hecho todos estos años? ¿En qué se me fue todo este tiempo?

Nos avergüenza asumir que nos quedamos en el pasado y no avanzamos: ¿No hice nada de la vida? ¿Sólo he sido testigo de ver pasar la vida, pero nunca protagonista? ¿Otros han hecho más cosas que nosotros?

El cambio nos coloca frente a la incertidumbre del futuro y puede ser aterrador.

¿Y si salgo de mi zona de confort y nada es como lo imaginé? ¿Y si no puedo volver a tener éxito? ¿Y si cambio de pareja y sale peor?

Cuando nuestra autoestima es baja somos incapaces de creer en nuestro potencial: No creo que pueda conseguir otro trabajo igual, mucho menos uno mejor. Si rompo con ella tal vez nadie más me vuelva a querer.

Nos autocastigamos con la incomodidad porque no creemos merecer el bienestar del cambio.

Tu zona de confort es cómoda porque no exige nada de ti y ya sabes cómo funciona. Aventurarse podría darte miedo porque podrías fallar, podrías perder algo.

Por naturaleza evitamos las amenazas que atenten contra nuestra existencia y la forma en cómo la vivimos, por lo tanto nos negamos a ver que estamos en una zona de confort.

No obstante a todo esto, todos tenemos la posibilidad de cambiar, de ser una mejor versión de nosotros mismos y salir de nuestra zona de confort. Si quieres tener las herramientas que te ayuden a consolidar tu plan de cambio, te invito al CURSO DE FRENTE A LA VIDA | CONTIGO.

 

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Evaluación de los Asistentes

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En medio de Montreal viví una gran aventura, encontré a “La persona más importante de mi vida que durante 25 años busque” ¡Me encontré!

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